Nepotismo en Tucumán: ¿el origen de la corrupción?

La provincia feudal donde los apellidos mandan. Catorce de los 19 municipios presentan casos activos de nepotismo directo: alternancia entre madre e hija, padre e hijo, hermanos o parejas

En Tucumán, la democracia muchas veces se parece más a una monarquía hereditaria que a un sistema republicano. Las familias gobiernan sus territorios como si fueran reinos privados, repartiéndose el poder entre esposas, hijos, hermanos o yernos con la naturalidad con la que se hereda una finca o una camioneta.

La postal se repite en 14 de los 19 municipios de la provincia: Alderetes, Famaillá, Burruyacú, La Cocha, Banda del Río Salí, Aguilares, Graneros, Monteros, Trancas, Tafí Viejo, Lules, Las Talitas, Alberdi, Bella Vista. Apellidos (poder) que no se eligen, se heredan.

Nepotismo, el ADN del poder local

Estos clanes políticos han logrado convertir la alternancia democrática en una simple rotación de sillones entre parientes. El problema no es solo simbólico: cuando un apellido/familia se mantiene en el poder por años, lo que se consolida no es una gestión eficiente, sino un aparato clientelar que lo coloniza todo.

En muchos municipios, la familia gobernante:
Controla la intendencia y el Concejo Deliberante;
• Influye en los jueces de paz;
• Tienen influencia en las autoridades policiales de la zona;
• Maneja cooperativas, tierras fiscales y hasta el acceso al empleo público;
• Decide a qué empresario local le irá bien… y a cuál no.

La política se convierte así en una extensión del apellido, y la democracia en una puesta en escena.

Feudos, tierras y droga: el cóctel perfecto

Cuando alguien controla un territorio por años, también controla sus márgenes. En varios municipios, hay denuncias reiteradas -algunas en la Justicia, otras apenas susurradas en los bares- sobre el uso irregular de tierras fiscales, el avance sobre propiedades privadas o el manejo discrecional de los recursos municipales.

Pero lo más alarmante es el otro componente que circula silencioso: la droga. El entramado narco necesita territorios donde moverse con libertad, y esos feudos políticos -sin alternancia real, sin controles efectivos, con instituciones domesticadas- son el terreno fértil ideal.

Allí, los jefes políticos pueden transformarse en nexos territoriales de redes más grandes, voluntaria o involuntariamente. Un guiño, un favor, una vista gorda. Así se entreteje una red que mezcla poder, negocios, complicidad y silencio.

Cuando la justicia se muda con la política

Lo más peligroso no es solo el nepotismo en sí, sino lo que permite: una estructura de poder sin contrapesos. Donde no hay alternancia, no hay auditorías reales, no hay renovación de miradas, no hay rendición de cuentas. Y donde no hay controles, el margen para el abuso crece hasta volverse sistema.

En Tucumán, la decadencia institucional no es un fenómeno abstracto. Se vive cuando un comerciante sabe que tiene que “pedir permiso” para abrir un local. Se nota cuando un vecino denuncia algo y la policía responde con un “mejor no te metas”. Se siente cuando la Justicia duerme causas que rozan a los poderosos de siempre.

La alternancia no es un capricho, es una necesidad

La democracia no es solo votar cada cuatro años. Es también renovar liderazgos, oxigenar las instituciones, permitir nuevas voces y frenar los abusos de poder. Donde eso no ocurre, el sistema se pudre. Y Tucumán, en muchos rincones, ya huele a estancamiento.

La alternancia no garantiza transparencia por sí sola, pero su ausencia prolongada sí garantiza otra cosa: impunidad. Y eso no es política: es feudalismo con boleta electoral.

Menos coronas, más ciudadanía

Tucumán necesita sacudirse el polvo del apellido eterno. Necesita gobiernos que no sean “de familia”, sino de vecinos. Instituciones que no obedezcan lealtades personales, sino reglas públicas. Y ciudadanía que no acepte que “esto siempre fue así”.

En la provincia, la lógica de “la familia primero” atraviesa gran parte del mapa político municipal: matrimonios, hijos, hermanos o padres se suceden para garantizar el poder familiar, asegurando realineamientos, redes de influencia y control territorial. Solo unos pocos municipios resisten, aunque no implican necesariamente mayor pluralismo ni renovación auténtica.

Porque si el poder siempre se queda en las mismas manos, lo que pierde no es solo la política: es el futuro de la provincia.

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