La frase del libro del Apocalipsis, “A los tibios los vomita Dios” (Apocalipsis 3:16), es un llamado radical (no la UCR) a la acción. En el camino de la política, no hay lugar para la tibieza. ¿Qué significa ser tibio? No es simplemente ser prudente o cauteloso; es permanecer en la indecisión, es flotar en la mediocridad cuando se nos pide que nos lancemos con todo el corazón
Por momentos radical. Por momentos libertario -o “radical con peluca”-. Por momentos opositor. Por momentos socialdemócrata tardío. Así transita sus días el diputado nacional tucumano Mariano Campero, que desde que dejó la intendencia de Yerba Buena parece más enfocado en buscar su lugar en la historia que en representar, coherentemente, a sus votantes. Un lugar que, por ahora, no encuentra, y que lo tiene más desorientado que pingüino en el desierto.
Campero encarna como pocos esa figura clásica del radical tibio y dubitativo, siempre al borde de un acuerdo o de una ruptura, pero sin decidirse nunca del todo. Su desembarco en el Congreso Nacional vino de la mano de una inesperada cercanía con la Administración libertaria de Javier Milei, a quien ayudó a aprobar leyes clave en sus primeros meses de Gobierno. Eso le valió el apodo de “radical con peluca”, una mención presidencial como “héroe” y, al mismo tiempo, la expulsión del radicalismo.
Pero si Campero pensaba que ese salto lo llevaría a algún cargo o lugar destacado en La Libertad Avanza, parece que la apuesta no le salió bien. Hoy, como quien se despierta después de una mala borrachera política, el diputado se muestra en contra del equilibrio fiscal que impulsa el Gobierno Nacional. Se lo ve preocupado (ahora) por el presupuesto universitario, por los médicos del Garrahan, por los jubilados. Temas loables, sin duda, pero que contrastan con su anterior alineamiento con el mileísmo más duro.
En Tucumán, el panorama no es menos confuso. Su cercanía (¿estratégica? ¿ocasional?) con Roberto Sánchez, actual diputado nacional radical -y que buscaría su reelección en octubre próximo-, no termina de cuajar. Ni lo apoya abiertamente ni lo enfrenta con decisión. Con La Libertad Avanza Tucumán, tampoco hay espacio. Campero parece estar en un limbo político, sin tribuna, sin partido, sin base y, lo más preocupante, sin hoja de ruta clara.
Todo indica que su ambición de ser gobernador de Tucumán -reconocido públicamente por el mismo Campero- en algún futuro lo tiene atrapado en una estrategia personalista y errática, más preocupada por encabezar carteles -como los actores- que por construir una alternativa seria al peronismo. Al igual que otros “opositores” locales -como Ricardo Bussi, por ejemplo-, Campero parece más interesado en inflar su propio ego que en ayudar a consolidar una fuerza competitiva.
El problema es que la política no espera. Mientras Campero deshoja margaritas, otros dirigentes ya están construyendo alianzas, sellando acuerdos y diseñando campañas. Si sigue poniendo el carro delante del caballo, lo más probable es que el tren de la oportunidad pase de largo, y lo deje mirando cómo otros se suben mientras él se queda en el andén, recordando los tiempos en que todavía no había perdido el rumbo.
Consultado sobre su posible alianza con Sánchez, respondió sin comprometerse del todo:
“Siempre y cuando él me dé una mano en dos o tres cosas: poner jugadores nuevos en la lista, hablar de la construcción de Tucumán… ahí están los concejales, los intendentes, todo lo que hemos construido”.
Y no cerró la puerta a un acuerdo con Alfaro:
“También hay muchas chances de que pueda jugar con el alfarismo, la construcción de Germán Alfaro, el exintendente de San Miguel de Tucumán, que se enfrentó conmigo”. (La Nación)
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