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En política, cuando tienen un cargo se creen Dios; cuando se acaba, son NADIE

Gobernadores, ministros, secretarios, subsecretarios, directores, cuando asumen el cargo se creen Dios Todopoderoso. Las circunstancias los lleva a esa creencia. Llamadas de teléfono, mensajes de whatsapp, entrevistas, fotos, todo el día.

Móviles con choferes, custodias en algunos casos. Se creen intocables. Pierden “el norte”. Se marean en una calesita. Para hablar con ellos, es más fácil que te atienda el Papa. Se suben a un pony y creen que es el caballo blanco de San Martín.

Pero, la historia ha demostrado que esta clase de cachivaches, tienen vida corta. Un buen día dejan el poder y no los saluda ni la madre. Quizás los llaman los hijos y, por ahí, un whatsapp de la tía. Y ahí les viene la depresión y el síndrome de abstinencia de poder.

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Lo que no saben, esta clase de políticos de cuarta, es que el poder es prestado por el voto popular o el favor del gobernador de turno. No es eterno, es finito, se acaba. La función pública es un servicio. La humildad es un don que no lo tiene cualquiera.

Solo repasar Tucumán, donde poderosos gobernadores u otros funcionarios que de un día para otro pasaron al olvido.

O la funcionaria nacional, Leila Gianni, subsecretaria Legal del Ministerio de Capital Humana, que pasó de tener tatuado un pingüino en su cuerpo, o pedir a la Virgen de Luján por el triunfo de Sergio Massa, a ser una fanática libertaria y funcionaria de Milei. Según ella, “el león se comió a los pingüinos”.

Si sos funcionario público bajate del altar, que Dios hay uno solo.

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