Cambio de época: mientras Milei reconfigura el país, Tucumán se aferra al pasado

La vieja forma de hacer política ya no va más. El que no la vea, quedará en el camino. Desde octubre de 2023, los argentinos decidieron apostar por un nuevo país. Sin embargo, hay provincias, incluido Tucumán donde el cambio se anuncia pero nunca llega

Desde la llegada de Javier Milei al poder, algo se quebró en la política argentina. Y no fue solamente el status quo, fue también la paciencia de una ciudadanía que durante décadas soportó promesas vacías, alianzas oportunistas, corrupción impune y un Estado ineficiente, cuando no directamente obstructivo.

En los primeros meses del Gobierno libertario, los partidos tradicionales -especialmente el peronismo y el radicalismo- se refugiaron en la negación. “Es una ola momentánea”, decían. Esperaban el fracaso del Gobierno Nacional como un hecho inevitable. Y, sin embargo, lo que vino no fue el fracaso, sino una transformación.

A un año y medio de gestión, Milei no solo sigue en pie, sino que avanza. Contra muchos pronósticos, está logrando dar vuelta el tablero. En lo político, rompió con los esquemas tradicionales. En lo económico, empieza a mostrar señales concretas de orden y reducción de la inflación. En lo empresarial, rompió la lógica prebendaria. En seguridad, apoya una línea clara de autoridad.

Las elecciones de medio término -que ya comenzaron en algunas provincias y la general será el 26 de octubre- van ratificando el cambio. En cada provincia donde La Libertad Avanza se va presentando, va logrando una buena performance. Pero el golpe más fuerte fue en la Ciudad de Buenos Aires. Un bastión del PRO durante casi 20 años, donde Milei logró arrebatarle el liderazgo a una derecha que se creía invencible. Y lo hizo con el peronismo como testigo pasivo de su propia irrelevancia, sacando un modesto 27% en una elección donde la “derecha” fue dividida, caso contrario hubiesen alcanzado el 50% de los votos.

Que el electorado porteño -exigente, informado, escéptico- haya dicho sí a Milei no es un dato menor. El mensaje es claro: la gente ya no tolera más relato sin resultados. Prefiere crudeza con rumbo a poesía con inflación.

¿Y Tucumán?

Tucumán, como siempre, parece mirar el país por el espejo retrovisor. Mientras el país entero discute cómo achicar el Estado, transparentar la gestión y salir del pantano clientelista, el Gobierno provincial sigue jugando a dos puntas. El gobernador Osvaldo Jaldo se muestra alineado, a veces, con la Administración Milei, pero en los hechos, repite las fórmulas de la vieja política.

Jaldo parece tomar una medida pro Milei, y tres medidas de casta. Anuncios populistas con la palabra “gratuito” -que no existe- como bandera, mientras se dilapidan recursos en estructuras burocráticas que solo sirven para pagar favores políticos. Se mantiene el sistema de acoples, ese mecanismo feudal diseñado para eternizar a la casta en el poder. No hay acceso real a la Información Pública. Se rodea de funcionarios que no funcionan, pero que convienen.

La palabra, ese bien simbólico pero fundamental en política, está devaluada en Tucumán como el peso en 1989. Las alianzas son meros pactos de supervivencia. Se tapan la nariz y se juntan con cualquiera con tal de no perder una elección. Todo vale.

Pero algo -o mucho- está cambiando. Lo que antes pasaba desapercibido, hoy genera hartazgo. Las viejas mañas ya no “garpan” como antes. La ciudadanía lo nota, lo comenta, lo comparte. Pero los gobernantes tucumanos siguen sin ver -o sin querer ver- ese cambio de época que ya está en marcha.

Octubre puede traer el espejo

Las elecciones del 26 de octubre serán un termómetro, pero también un espejo. Para muchos, será la oportunidad de ver reflejado el nuevo país que está emergiendo. Para otros, puede ser un baño de realidad. La política tradicional tucumana todavía cree que puede mantener sus privilegios con las fórmulas de siempre. Pero el humor social no es el mismo.

Nadie tiene la “vaca atada” políticamente. LA VIEJA FORMA DE HACER POLÍTCA YA NO VA MÁS. El bolsón y lo “gratuito” ya no convencen, o no son suficientes para cambiar la realidad. Quizás sea hora de que los que gobiernan comiencen a escuchar lo que la calle ya entendió: la paciencia se acabó. Y con ella, el miedo a cambiar.

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