El día que se celebró la impunidad

En Argentina se volvió a escribir una página triste en la historia institucional: el rechazo a la Ley de Ficha Limpia

Una norma sencilla, casi de sentido común, que impide que personas condenadas por corrupción puedan ejercer cargos públicos. No estamos hablando de una revolución moral, apenas de un mínimo umbral de decencia. Y sin embargo, fue rechazada.

La casta política que vive del Estado, que hace de la corrupción una forma de vida, se encargó de dinamitarla. Que el kirchnerismo haya votado en contra no sorprende a nadie. Son los mismos que llevan dos décadas perfeccionando un sistema donde el delito paga, la Justicia duerme, y los corruptos son premiados con fueros y bancas.

Lo verdaderamente doloroso fue ver a ciudadanos comunes celebrando este atropello. Festejando que delincuentes puedan seguir representándolos. ¿Qué celebran exactamente? ¿El derecho a ser gobernados por ladrones? ¿La victoria de la impunidad sobre la ética? ¿O es que el daño cultural y moral del kirchnerismo ha calado tan hondo que ya ni siquiera se distingue el bien del mal?

Mientras tanto, el argentino honesto, que paga impuestos, que trabaja 10, 12, 14 horas por día para sobrevivir, sigue viendo cómo se burlan de él. Porque si ese mismo ciudadano común comete un delito menor, no puede sacar ni el carnet de conducir. Pero un político puede estar procesado, condenado en primera y hasta en segunda instancia, y aún así asumir una banca o incluso postularse a presidente.

Hay que decirlo claro: todo esto está mal. Es inadmisible. Y el hecho de que haya que explicarlo ya es síntoma de una sociedad enferma.

Pero también hay esperanza. Cada vez más ciudadanos despiertan. El tiempo del kirchnerismo se agota. Y cuando el Congreso tenga una mayoría que represente a los argentinos de bien -de izquierda o de derecha, pero decentes- leyes como Ficha Limpia no serán una excepción, sino la regla.

Hasta entonces, seguiremos señalando la infamia. Porque si normalizamos la corrupción, si aplaudimos al ladrón porque nos gusta su discurso, entonces ya no queda democracia que salvar. Ni república que sostener.

TICHO para SIN CODIGO

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