En un país netamente presidencialista como la Argentina, el rol del vicepresidente está claramente definido: acompañar, apoyar, respaldar. No competir
Muchos -si no la mayoría- de los vicepresidentes deciden disputarle protagonismo al Jefe de Estado, y más aún, pretenden jugar al margen del equipo propio. Existen ejemplos desde la vuelta de la democracia. Victoria Villarruel parece haber olvidado ese mandato constitucional y político: el de acompañar.
Desde su llegada a la vicepresidencia, Villarruel viene desdibujando su función. Lo que comenzó como una construcción política alternativa dentro de La Libertad Avanza, con cierto equilibrio y una cuota de independencia, terminó en una deriva que raya la disidencia interna. Mareada por los flashes, los micrófonos y un entorno que no escatima en adulaciones, Villarruel parece convencida de que puede disputarle algo más que protagonismo al mismísimo Javier Milei.
Pero el sistema no la acompaña. En Argentina, el poder reside en el Presidente. Él es quien ejecuta, decide y representa al país. La vicepresidencia, en cambio, es una figura institucional de respaldo, que gana peso solo cuando hay vacío en la cima, o cuando el Senado se convierte en escenario de batalla. Y aunque es cierto que preside la Cámara Alta y puede tener poder de daño, toda jugada contra el Presidente -cuando no se tiene estructura ni respaldo popular suficiente- se convierte en un búmeran.
Villarruel ya lo experimentó: cada vez que juega a ser “otra opción”, cada vez que lanza declaraciones en contra del rumbo del Gobierno que integra, pierde terreno. Pierde peso político, seguidores, respeto. Ayer mismo, en el acto por el Día de la Bandera en Rosario, junto al gobernador Pullaro, soltó una frase sibilina: “No hay otro lugar en Argentina para estar más que acá”, en alusión directa a la ausencia de Milei en ese acto. Un palito innecesario, en un momento innecesario.
La vicepresidente, inteligente, formada, ha quedado atrapada en su propio ego. Lejos de asumir su rol con la prudencia institucional que demanda el cargo, optó por alimentar la grieta interna. Se alejó del Presidente, y con ello se alejó también del pueblo libertario que los eligió en conjunto. El círculo íntimo del Presidente Milei, liderado por su hermana Karina, no se lo perdona.
En los pasillos del Senado se dice que ya no hay vuelta atrás. Que Villarruel cavó su propia trinchera, pero sin soldados. Que no hay margen para reconciliaciones, ni para ambiciones desmedidas. Y lo más triste es que, pese a saber que su cargo es electivo y que no puede ser removida, también sabe que su ciclo político de peso probablemente termine en 2027. Será historia. Una nota al pie.
Porque en política, la lealtad es clave. Y la traición, incluso la simbólica, se paga caro.
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