Una Nación en Transformación: la resistencia de la casta y el desafío de Milei

Los ciudadanos argentinos están en un momento bisagra, de cambio de época. Una “pelea” entre los que quieren un país mejor, “normal”, y los que se resisten a dejar las viejas mañas que llevaron a una Argentina rica a un lugar de pobreza

Por SIN CODIGO

El Gobierno de Javier Milei enfrenta su momento más complejo: intentar una transformación profunda del Estado argentino en medio de un año electoral y con una oposición mayoritaria en el Congreso que no busca consensos, sino revancha. Milei propuso una cirugía mayor al modelo de populismo, clientelismo y corrupción enquistado durante décadas. Y como toda cirugía de este tipo, duele. Y mucho.

Pero lo que más duele no es la crisis heredada, sino la resistencia feroz de aquellos que ven amenazados sus privilegios. La casta, esa alianza implícita entre políticos tradicionales, gremialistas enquistados, empresarios prebendarios y periodistas adictos a la pauta oficial, ha comenzado su contraofensiva, más que nunca.

No sorprende. La eliminación de cajas políticas, recortes a gremios que usaban a los trabajadores como rehenes, el fin de las pautas millonarias para medios complacientes y la negativa a subsidiar empresas ineficientes, dejaron al descubierto un entramado de corrupción funcional que gobernó a espaldas del pueblo. Por primera vez, muchos se vieron obligados a vivir sin el Estado como banquero personal. Y eso, para la casta, es inaceptable.

Los últimos movimientos en el Congreso lo demuestran: en tiempo récord -demostrando que cuando quieren, pueden- aprobaron leyes diseñadas no para el bien común, sino para dinamitar el equilibrio fiscal que tanto le cuesta sostener al Ejecutivo. Un equilibrio que no es un capricho, sino la base sobre la que se construyen los países serios. Sin equilibrio fiscal, no hay crédito, no hay inversión, no hay futuro.

La reacción de ciertos sectores también es llamativa: los mismos que durante años fueron olvidados por los gobiernos anteriores, ahora marchan al grito de “crueldad” contra la gestión Milei, fogoneados por quienes usufructuaron el hambre y el dolor ajeno como modo de vida política. De pronto, los mismos que nunca defendieron a los jubilados, a los médicos o a los pobres, se muestran preocupados por ellos. ¿Cinismo o desesperación?

Hay una verdad que incomoda: nadie puede señalar un político que no se haya enriquecido a costa del Estado. ¿Quién de ellos dejó la función pública siendo más pobre? El Estado argentino, ese que tanto defiende la casta, se convirtió en una agencia de colocación para militantes, familiares y amigos. No es ideología, es negocio.

Hoy, el Gobierno Nacional resiste como puede: sin mayoría en el Congreso, sin estructura territorial, sin sindicatos, sin medios aliados, con el poder judicial plagado de kirchneristas. Pero con algo que sí tiene: la legitimidad que le dio el voto popular, un arma poderosa que es el equilibrio fiscal -la base del crecimiento económico y baja de la inflación- y la convicción de a dónde quiere llegar, hacer un país más desarrollado.

Octubre será clave. No para Milei, sino para la Argentina. El verdadero cambio no será un decreto, ni una ley: será el voto consciente de una ciudadanía cansada de ser estafada por sus dirigentes. Será la oportunidad de blindar un rumbo y de decirle a la casta que el país ya no es su caja chica.

¿Alguien recuerda cuándo fue la última vez que un jubilado cobró con dignidad? ¿Cuándo un médico fue justamente remunerado? ¿Cuándo un docente tuvo un salario adecuado? ¿Cuándo un político dejó de ser millonario? La transformación es posible, pero no será gratis ni indolora. Será con esfuerzo, con sacrificios, y sobre todo, con coraje.

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