Mientras los políticos se llenan la boca hablando de progreso, o peleándose por cosas superficiales sin propuestas serias para los ciudadanos, miles de tucumanos abren la canilla y no sale una gota de agua
Por SIN CODIGO
En Tucumán la política se volvió un teatro de la mentira. Los mismos de siempre -peronistas, radicales o disfrazados de opositores- repiten discursos vacíos sobre un supuesto “Tucumán mejor”. Hablan de cortar la melena del Presidente Milei, de obras que nadie ve, de un bienestar que sólo existe en sus discursos y en la propaganda paga con dinero público.
La realidad, sin embargo, se impone con crudeza: en Tucumán falta agua. Falta lo esencial, lo básico, lo que define la vida misma.
No se trata de un problema puntual ni de un barrio olvidado. Es una crisis generalizada. La capital, Yerba Buena, Las Talitas, Banda del Río Salí y numerosas localidades del interior -ser+ia muy largo nombrar cada barrio de cada localidad- sufren cortes diarios, prolongados y humillantes. Familias enteras sin una gota de agua para cocinar, para higienizarse, para dar de beber a sus hijos. Pero la boleta de la SAT llega puntual, con aumentos incluidos, como si el servicio fuera ejemplar.
Mientras tanto, los políticos gastan millones en campañas, en actos masivos con gente acarreada, en publicidad oficial, en festivales multitudinarios donde cada artista cuesta 30 mil dólares o más -aproximadamente-. Todo para sostener la farsa de que “Tucumán está mejor”. No hay plata para lo esencial y seguro la culpa la tiene Javier Milei.
Pero Tucumán está muy mal. No hay avances, no hay infraestructura, no hay obras. Solo hay anuncios, y miles, como la nueva concesión de la Terminal de Ómnibus -que ahora no se hará-o la remodelación del Aeropuerto -que solo quedó en anuncio-. Lo único nuevo parece ser una cárcel en Benjamín Paz: progreso para los delincuentes, retroceso para el ciudadano común.
La salud pública está en terapia intensiva, aunque venden lo contrario. Las escuelas dan pena, los caminos son un desastre, las lluvias inundan todo. El empleo privado es un espejismo, pero el clientelismo público crece como la maleza. Y ahora, ni siquiera hay agua.
La falta de agua no es un problema técnico: es una vergüenza moral y política. Y el responsable tiene nombre y apellido: Marcelo Caponio, titular de la SAT, más ocupado en pelear con funcionarios municipales que en dar soluciones reales. Su incapacidad es evidente. Si le quedara un poco de dignidad, ya hubiese tomado otro camino.
El Gobierno provincial, en lugar de hablar de “la melena de Milei”, debería mirar las canillas secas de su pueblo. Tucumán no necesita discursos ni shows: necesita agua, cloacas, obras y respeto.
Porque un Gobierno que no puede garantizar lo básico, no merece jactarse de nada.
Ya es hora de que los tucumanos despierten. De que entiendan que repetir lo mismo sólo garantiza más miseria, más mentira y más sed. Tucumán no puede seguir siendo rehén de la política del verso y el acomodo.
Es hora de probar algo distinto, porque sin agua no hay vida. Y sin verdad, no hay futuro.