Alejandro Flores tenía cinco años cuando desapareció en medio de una fuerte tormenta en la ciudad de Río Cuarto, Córdoba, el 16 de marzo de 1991. Su mamá, solo con la ayuda de los vecinos y aferrada a la esperanza de que estuviera vivo, lo buscó sin descanso y sin sospechar siquiera que el nene se había cruzado con la tragedia ese mismo día que lo vieron por última vez.
Los policías Gustavo Javier Funes y Mario Luis Gaumet lo atropellaron con el patrullero poco después de que Ale saliera de su casa, pero se encargaron de ocultar el cuerpo durante 17 años, hasta que prescribió la causa por el paso del tiempo. Nunca fueron imputados y no pasaron ni un minuto detenidos
El dolor, la bronca y la impotencia se mezclan en la voz de Rosa Arias, la madre de Ale, a días de cumplirse el aniversario número 34 del caso. “La Justicia juzga a la familia en lugar de investigar”, lamentó la mujer.
Y agregó: “Me juzgaban a mí porque era pobre, porque no tenía luz… en lugar de ayudarme me juzgaban. Y yo misma me culpaba por no haber podido darle algo bueno a mi hijo”.
Sola con su desesperación, Rosa buscó fuerzas en la Fe y en sus otras dos hijas para seguir adelante contra todos los obstáculos que le pusieron en el camino. “Hasta que lo encontré, seguía pensando que Ale estaba vivo. Ahora lo único que quiero es que mi hijo descanse en paz”, manifestó.
El policía arrepentido que nadie escuchó
En 1996, cinco años después de la desaparición de Ale Flores, el policía Jorge Muo se presentó en la fiscalía para dar información sobre el nene. Afirmó que había escuchado que un patrullero lo había atropellado ese mismo 16 de marzo, cuando desapareció.

En medio de la tormenta que cayó ese día, declaró Muo, “levantaron al nene por los aires” y lo trasladaron a la casa de la novia de uno de los oficiales, que era enfermera, pero no pudieron salvarlo y “lo tiraron por ahí”.
Aunque el testimonio de ese policía era la clave para resolver el caso y evitarle más de dos décadas de angustia a la madre, no solo fue desatendido. Además, expulsaron a Muo de la fuerza.
Diecisiete años más tarde
Recién el 2 de julio de 2008 un vecino se topó por casualidad con los restos del chico que había desaparecido en 1991. Los habían dejado en un terreno baldío aledaño a un club, cerca del colegio San Ignacio de barrio Calasanz, a unos 300 metros del lugar en donde lo atropellaron.
Un examen de ADN confirmó que esos huesos pertenecían a Ale y la autopsia después determinó que tenía lesiones en las costillas, quebraduras en una muñeca y en la clavícula derecha y hundimiento de tórax.
Rosa Arias sostuvo que fueron “dos policías y tres enfermeras” los que estuvieron involucrados en la muerte de su hijo. “Lo atropellaron un sábado y muere recién el lunes en la casa de una de las enfermeras. Se les fue en sangre, se les murió”, afirmó.
Y apuntó: “La policía tapó todo, todos sabían y no me decían nada. El patrullero también lo hicieron desaparecer”.
Caso cerrado, o la justicia injusta
La investigación que llevó adelante el fiscal Javier Di Santo concluyó que los policías Mario Luis Gaumet y Gustavo Javier Funes, entre las dos y las cuatro de la tarde de aquel 16 de marzo de 1991, atropellaron a Alejandro Víctor Flores en el cruce de Carlos Rodríguez y Pedro Zanni con un móvil del Comando Radioeléctrico.
Sin embargo, los dos policías fueron sobreseídos por prescripción y ambos pidieron el pase a retiro de la fuerza. Se jubilaron, como si nada hubiera pasado. Tampoco se determinaron complicidades.
El caso llegó hasta la Corte Suprema de la Nación impulsado por el abogado Enrique Zabala, en representación de la madre de la víctima. Pero en 2014, el máximo tribunal del país confirmó que el caso estaba prescripto.
En 2023, la Cámara de Apelaciones en lo Civil, Comercial y Contencioso Administrativo de 2° Nominación ordenó a la Provincia indemnizar por daño moral a Víctor Flores, el padre de Ale, de quien Rosa se había separado cuando su hijo era apenas un bebé de meses.
“Al padre de Ale le dieron plata, a mi ni siquiera Justicia”, enfatizó Rosa.