La actitud temeraria que los conductores viven en los semáforos de la capital y la intimidante situación de los trapitos en las diferentes calles. La pasividad de las autoridades. La costumbre de correr detrás del problema en vez de prevenir y tomar decisiones a tiempo
En San Miguel de Tucumán, el tránsito se ha convertido en una suerte de circuito de obstáculos urbanos. A los baches, la mala señalización y la falta de control vehicular, se suma un fenómeno que va en aumento y pone en riesgo a conductores y peatones: la presencia constante y temeraria de limpiavidrios, vendedores ambulantes, personas en situación de calle y trapitos en cada rincón de la ciudad.
Los semáforos se han transformado en escenarios de tensión. La escena se repite con alarmante frecuencia: personas que, sin medir consecuencias, se arrojan entre los autos con el semáforo en verde. No se trata de exageraciones. La semana pasada, en la esquina de avenida Belgrano y Ejército del Norte, un automovilista debió frenar bruscamente para no atropellar a un limpiavidrios que se encontraba en medio de la calle, desafiando el tránsito. Al increparlo, la respuesta fue escalofriante: “Chócame así me paga el seguro”.
Este tipo de situaciones no son excepcionales. Este miércoles, en Plazoleta Mitre, también sobre Belgrano, un hombre en silla de ruedas cruzó deliberadamente con el semáforo en verde, provocando un choque en cadena. Luego, simplemente desapareció del lugar, dejando a los automovilistas enfrentados a las consecuencias. Lo mismo ocurre en otras zonas como calle Santiago del Estero y José Colombres, donde personas en situación de discapacidad se exponen en el asfalto sin importar el riesgo.
Limpiavidrios y vendedores ambulantes
A esto se suman los limpiavidrios que se abalanzan sobre los autos sin previo aviso, a menudo con actitudes prepotentes. Quien se niega a que le limpien el parabrisas puede recibir una mirada intimidante o un golpe al vidrio. Y los vendedores ambulantes, de productos variados, completan el combo de una experiencia que deja de ser urbana para convertirse en una escena de permanente tensión.
Trapitos
El capítulo aparte lo escriben los “trapitos”. Han tomado cada calle disponible del centro tucumano. Muchos, según relatan vecinos y comerciantes, están bajo efectos de sustancias y exigen un pago anticipado a cambio de una “custodia” dudosa del vehículo. En muchos casos ya hay tarifas fijas, como si se tratara de un servicio legal. Y si el conductor se niega, el temor a represalias suele ganarle al sentido común. Es la ley del miedo disfrazada de aparente ayuda. Muchas veces, se paga por adelantado y al volver a retirar el vehículo hay un trapito diferente que exige su pago.
En Buenos Aires, el problema es conocido y ha alcanzado niveles preocupantes. Pero en Tucumán, aunque se ha hablado del tema en más de una oportunidad, no hay acciones concretas por parte de las autoridades. Ni el municipio, ni la provincia, parecen tener un plan real para abordar la situación. Como tantas veces, se espera a que ocurra una tragedia para recién empezar a actuar.
Las autoridades -provinciales y municipales- deben intervenir antes de que sea tarde. Se trata no sólo de ordenar el espacio público, sino de cuidar vidas. Las de los conductores, pero también las de quienes hoy se juegan el cuerpo, y muchas veces la vida, en medio del caos. Prevenir no es un lujo: es una obligación.