Cuando el precio es un abuso, hay que decir “no quiero” y retirarse. No convalidar la estafa. Alimentos y bebidas con aumentos de hasta el 30%, precios inflados para aprovechar y ganar más; comerciantes que primero abusan y después culpan al Gobierno y a la gente por no comprar. La usura navideña, una tradición que nadie se anima a cortar
Por SIN CODIGO TUCUMAN
Diciembre vuelve a desnudar una práctica tan vieja como conocida en Tucumán: el aumento desmedido de precios aprovechando las fiestas de fin de año. No es casualidad, no es inflación, no es “la coyuntura”. Es especulación lisa y llana. Una costumbre arraigada en muchos comerciantes que, aunque pierdan el pelo, no pierden las malas mañas.
Mientras señalan con el dedo al Gobierno Nacional y repiten como mantra que “la culpa es de Javier Milei”, en los hechos son ellos mismos quienes remarcan sin pudor, exprimiendo al consumidor hasta el último peso. El relato de la crisis les sirve de excusa, pero los números muestran otra cosa. El ejemplo está que un mismo producto está a 2.000 pesos en un lugar y $3.500 en otro, a dos cuadras de distancia.
Aumentos que no cierran por ningún lado
Durante este mes de diciembre, los rubros de alimentos y bebidas registraron incrementos cercanos al 30%, muy por encima de la inflación mensual. No ocurre en todos los comercios, pero sí en la mayoría, aprovechando un período de alto consumo como Navidad y Año Nuevo.
Algunos ejemplos concretos alcanzan para entender la magnitud del abuso:
• Una bebida cola -retornable de 2 litros- pasó de $2.500 a $3.300 en pocas semanas.
• Un café instantáneo -bolsa repuesto de 170 gr- saltó de $6.000 a $10.000.
• Un kilo de helado de una marca reconocida de Tucumán se vende a $29.000.
• Un sándwich de milanesa común, en un local de Maipú al 700 (barrio Norte), aumentó en solo 20 días de $9.000 a $12.000.
Una caja navideña, con los mismos productos, varía el precio -de un lugar a otro- de $10 mil a $40 mil.
La lista sigue con la carne vacuna, frutas, verduras, vinos y comidas fuera del hogar. Comer en bares o restaurantes tuvo subas de alrededor del 20%, solo por el hecho de ser diciembre. Nada de esto guarda relación con la inflación real del país.
Después, la culpa es del consumidor
Paradójicamente, los mismos comerciantes que remarcan sin límite luego se quejan de que “no venden”, de que “la gente no consume” y de que “la crisis los ahoga”. También protestan porque muchos consumidores prefieren comprar ropa importada o productos más baratos antes que pagar fortunas en shoppings donde —literalmente— les arrancan la cabeza. Y no pasa por impuestos internos u otras excusas para aumentar los precios.
La realidad es simple: la gente empezó a cuidar más el bolsillo. Todavía paga por inercia y costumbre sin quejarse, pero cada vez menos. Cada vez más, los ciudadanos comparan, exigen y se van cuando el precio es un robo.
Abrir la competencia y aprender la lección
Tal vez por eso muchos comerciantes merecen una lección básica de economía real: competencia. Abrir la importación de productos no sería una tragedia, sino una oportunidad para que aprendan lo que significa vivir en libertad y para que el ciudadano pueda elegir dónde comprar según precios y calidad.
Y del otro lado del mostrador, los consumidores también tienen un rol clave. Cuando el precio es un abuso, hay que decir “no quiero” y retirarse. No convalidar la estafa.
Porque si no cambiamos todos —comerciantes y ciudadanos— seguiremos repitiendo la misma historia de siempre: fiestas navideñas, precios inflados y consumidores cautivos de comerciantes que, año tras año, juegan al borde de la delincuencia económica.
