¡Qué estomago! tienen que tener los políticos para tanta mentira e hipocresía
Ser político en Tucumán no es para cualquiera. No basta con tener vocación, carisma o propuestas. Eso es secundario. Lo fundamental es dominar el noble arte del teatro cívico-religioso-barrial.
Aquí van las diez (o más) reglas no escritas que todo aspirante a la rosca debe cumplir si quiere sobrevivir en esta provincia, donde el acto político es más importante que la gestión:
Tiene que estar casado, aunque sea con el enemigo
Un político no puede andar soltero -por el qué dirán-. Tiene que estar casado, preferentemente con alguien a quien ya no soporta. Pero eso sí: en público, deben parecer la pareja más enamorada desde Romeo y Julieta… versión Las Termas.
La traición, un deporte provincial no reconocido pero practicado
Si hay algo que no puede faltar en la política tucumana es la traición. Nadie traiciona a nadie… hasta que consigue un cargo o propuesta mejor. Las lealtades duran lo que un café en Casa de Gobierno: tibio y corto. Hoy se abrazan, mañana se clavan el puñal (eso sí, con traje y sonriendo). Acá el que no traiciona, pierde el tren. Y el que lo toma, se asegura pasaje en la próxima foto institucional con el nuevo enemigo íntimo de siempre.
Religioso de ocasión
Debe golpearse el pecho en Semana Santa, cargar la cruz en una peregrinación y bendecir hasta las empanadas. Aunque después se encomiende a San Whisky en su despacho y a Santa Coima en la licitación.
Besador serial de niños
Los niños le generan urticaria, pero los besa, los alza y los mima como si fueran hijos o nietos propios. Todo con una sonrisa que se borra ni bien se apaga la cámara.
Festejador profesional
Inaugura desde barrios hasta canillas comunitarias con bombos, banderas y banda de música. Si puede cortar una cinta, la corta. Si no, inventa una. Tucumán es la única provincia donde se inaugura hasta una sombra nueva. Siempre acompañados por los “cumpas” que son “acarreados” como ovejas al matadero -con un buen “apretado”-.
Vestuario obligatorio
O traje y corbata que no combina -tienen menos gusto que L-Gante-, o combo infalible: jean, camisa a cuadros y chaleco. Uniforme de batalla para parecer “cercano al pueblo” sin dejar de estar a salvo del calor y del pueblo.
Aplaudidor oficial
Debe reírse del chiste malo del Jefe como si fuera stand-up de Netflix. Aplaudir hasta la obviedad más chata. En cada acto siempre hay un maestro del aplauso donde ante cualquier “pavada” inicia aplaudir y todos los siguen, más coordinado que la tribuna de Gran Hermano. En política, el silencio es traición.
Acto en la plaza, caos asegurado
Todo se hace en la plaza principal, como en la Independencia. ¿Para qué usar un salón, un parque, si se puede cortar media ciudad? La gente no puede transitar, pero puede ver al político abrazando a la Virgen y al puntero con megáfono.
Todo es gratis (menos para vos)
Nada como anunciar que es “gratuito”, pero en realidad fue financiado con los impuestos de los ciudadanos. “Obras para la gente”, pero que la gente pagó. El “pan y circo” es política de Estado; las herramientas para el trabajo, opcionales.
Unidad de cotillón
En los actos se abrazan como hermanos. En privado se odian más que Boca y River. Pero todo sea por la foto de unidad, que en Tucumán vale más que un plan estratégico.
Hipocresía sagrada
Dicen venerar a Dios mientras hacen todo lo que el manual de los fariseos recomienda. Se presentan como salvadores del pueblo, pero no podrían encontrar la dignidad ni con GPS.
Bonus Track: El político ideal… no existe. Pero el que actúa mejor, gana.
En Tucumán, ser político es un arte escénico. El que no actúa, no trasciende. El que no miente con gracia, queda fuera del libreto. Y así, entre bombos, abrazos falsos y aplausos ensayados, seguimos girando en la calesita política, que da vueltas pero no avanza.
TICHO para SIN CODIGO