El hecho ocurrió en 1949 en los Estados Unidos. El protagonista fue un chico de 13 años
La familia vivía en Cottage City, Maryland, un suburbio de Washington. Era luterana practicante, de clase media, con una vida normal hasta la muerte de una tía muy cercana llamada Harriet, apodada “Tía Tillie”.
Esa tía ejercía una influencia importante sobre el chico y compartía con él un interés por lo espiritual. En los años cuarenta, en el país era común la curiosidad por el espiritismo y las prácticas de comunicación con los muertos. “Tía Tillie” poseía una tabla ouija, un tablero con letras y números que, según la creencia, permitiría recibir mensajes de espíritus mediante el movimiento de un puntero. Le enseñó al sobrino a usarla, algo que los padres veían como un juego inocente.
La muerte de la tía, en 1949, afectó mucho al jovencito y empezó a usar la tabla ouija solo, con la intención de “hablar” con ella. A las pocas semanas, la familia comenzó a notar ruidos inusuales en la casa: golpes en las paredes, pasos, vibraciones en la cama, y objetos que se movían sin causa aparente. Al principio pensaron que se trataba de ratones o del viento, pero los ruidos se repetían incluso cuando el chico dormía en otra habitación.
Los padres llamaron al pastor luterano local, Luther Myles Schulze, quien pasó una noche en la casa para observar los hechos. En su diario, luego citado por periodistas y por la Universidad de Saint Louis, escribió: “Escuché ruidos golpeando el suelo en secuencia y ví cómo una silla se movía unos centímetros sin contacto visible”. El pastor, preocupado, recomendó a la familia acudir al clero católico, ya que su iglesia no tenía rituales de exorcismo.
Un buen estudiante
Hasta ese momento no había evidencia de fenómenos médicos graves. El muchacho era buen estudiante, tímido y sin antecedentes psiquiátricos. Pero la muerte de la tía, el uso repetido de la ouija y la atención constante de los adultos pudieron influir en su estado emocional.
Lo que comenzó como un duelo se transformó en un conjunto de hechos interpretados como sobrenaturales. Los padres, criados en una tradición protestante, no estaban familiarizados con el concepto católico de posesión, pero el Pastor Schulze los derivó a la Parroquia jesuita más cercana, convencido de que el caso escapaba a su competencia.
En pocas semanas, el fenómeno dejó de ser un asunto familiar y pasó a convertirse en un caso investigado por sacerdotes jesuitas, con registros escritos y testigos, que más tarde serían la base del libro y de la película “El Exorcista”.
Síntomas físicos
Después de las primeras semanas de ruidos y movimientos en la casa, los padres de Roland comenzaron a registrar síntomas físicos. El joven decía sentir rasguños o golpes en el cuerpo mientras dormía. Algunas mañanas se despertaba con marcas superficiales en la piel. En una ocasión, la madre dijo haber visto cómo el colchón se agitaba mientras él estaba acostado.
A comienzos de febrero de 1949, la familia buscó ayuda médica. Un pediatra del barrio y luego un psiquiatra examinaron al muchacho. No hallaron lesiones graves ni alteraciones neurológicas. No hubo diagnóstico de epilepsia ni de trastorno psicótico. La conducta del chico fuera de las crisis era normal: asistía a clases, hablaba con sus padres, jugaba con sus compañeros. Los médicos interpretaron los hechos como una combinación de duelo, estrés y autosugestión. Recomendaron descanso, control emocional y apoyo psicológico.
Sin embargo, los fenómenos se intensificaron. Según la familia y amigos, los objetos caían sin causa aparente, ruidos metálicos y palabras o símbolos que parecían formarse en la piel del joven, como si estuvieran “raspados” o “marcados”. Uno de los sacerdotes católicos que luego participaría en el caso escribió que observó letras que parecían deletrear “hell” (infierno) o “evil” (mal), aunque nunca se pudo verificar de manera independiente.
Los padres hablaron con el Párroco Albert Hughes, de la Iglesia de Saint James en Mount Rainier. Hughes visitó la casa, rezó con la familia. Anotó en su diario que el muchacho reaccionaba con irritación al pronunciarse oraciones católicas. En los días siguientes, el joven manifestó miedo a los objetos religiosos y Hughes decidió internarlo para observación.
Conductas involuntarias
En el Georgetown University Hospital, los médicos constataron que físicamente estaba sano y que no presentaba lesiones compatibles con epilepsia ni alteraciones cerebrales. No obstante, registraron conductas involuntarias: movimientos bruscos, cambios de voz, insultos o resistencia al contacto físico. El diagnóstico fue trastorno de conducta de tipo histérico, término que entonces se usaba para cuadros psicosomáticos vinculados al estrés.
Durante la internación, Hughes intentó un exorcismo preliminar, pero debió suspenderlo cuando el joven arrancó un resorte del colchón y se lo tiró. El hospital pidió a la familia retirarlo. En las semanas siguientes, los fenómenos continuaron en casa. Los padres informaron que un crucifijo cayó de la pared, que las sábanas se arrugaban solas y que el chico comenzó a hablar con voz grave o en lo que sería latín fragmentario, lengua que no conocía.
La familia, agotada, pidió ayuda a la Orden Jesuita, que designó al Padre William Bowdern, profesor del Saint Louis University High School. Bowdern tenía formación en teología y en psicología pastoral. Tras entrevistarse con el joven y observar varias reacciones —entre ellas el rechazo a oraciones, la fuerza física superior a la normal y las marcas en el cuerpo—, decidió solicitar permiso formal al Arzobispado para realizar un exorcismo completo según el Rituale Romanum.
Esa solicitud fue aprobada el 16 de marzo de 1949 por el Arzobispo de Saint Louis, Joseph Ritter. A partir de entonces, el caso pasó a documentarse detalladamente por los jesuitas involucrados, especialmente por el Padre Raymond J. Bishop, que mantuvo un diario con fechas, oraciones y descripciones, considerado hoy la fuente primaria más confiable.
El exorcismo
El procedimiento debía mantenerse en reserva y documentarse cuidadosamente. El padre Bishop llevó un diario manuscrito -hoy archivado en la Saint Louis University- en el que registró cada sesión con fecha, lugar y observaciones.
Las primeras sesiones se realizaron en una casa particular de Saint Louis, Misuri, a donde la familia se había trasladado temporalmente para estar cerca de los sacerdotes. Durante los primeros días, el joven mostró conductas violentas: movimientos bruscos, lenguaje obsceno, rechazo a símbolos religiosos, y una fuerza física desproporcionada para su edad. Los sacerdotes aseguraron que al leer pasajes del Evangelio, el cuerpo del muchacho se tensaba y emitía sonidos guturales.
Bowdern decidió llevarlo al hospital católico Alexian Brothers, donde había una habitación aislada en el segundo piso. Allí, entre el 16 de marzo y el 18 de abril de 1949, se realizaron las principales sesiones de exorcismo, con presencia alternada de entre tres y seis sacerdotes. Los registros mencionan alrededor de 30 noches de rituales, generalmente iniciados al anochecer y extendidos varias horas.
Durante los ritos, Bowdern y Halloran leían oraciones en latín mientras otros sostenían al joven para evitar lesiones. El diario de Bishop describe episodios en los que el chico se agitaba, insultaba a los sacerdotes y hablaba con voz alterada. En la espalda y el pecho, aparecían marcas que algunos interpretaron como letras o símbolos; otros sacerdotes presentes afirmaron que eran rasguños hechos con las uñas durante las convulsiones.
El joven presentaba periodos de calma seguidos de estallidos repentinos. En varias oportunidades, gritaba que había “demonios” dentro de él y que no saldrían. Bowdern, siguiendo el ritual, ordenaba en latín que los espíritus lo abandonaran. Las fuentes contemporáneas no hablaban de levitación.
El último exorcismo se realizó la noche del 18 de abril de 1949, coincidiendo con la Semana Santa. Después de horas de oraciones, el joven gritó que “San Miguel” había vencido a los demonios y cayó en silencio. Bowdern registró que al día siguiente despertó tranquilo y dijo que los demonios se habían ido. A partir de entonces, no se reportaron más incidentes. Fue dado de alta pocos días después.
De caso archivado a fenómeno cultural mundial
Los sacerdotes informaron al Arzobispo Ritter que el exorcismo había concluido con éxito. El informe se archivó sin difusión pública. El joven volvió con su familia a Maryland, completó sus estudios y, según testimonios posteriores de conocidos, llevó una vida normal sin secuelas visibles. Los jesuitas mantuvieron el caso bajo confidencialidad durante décadas.
A fines de los años sesenta, un grupo de exalumnos de la Universidad de Georgetown -entre ellos el escritor William Peter Blatty- escuchó hablar del exorcismo a través de un profesor. Blatty, interesado en la dimensión espiritual del fenómeno, investigó lo que pudo sin tener acceso a los nombres reales. Con esos datos, escribió la novela The Exorcist (1971), una ficción basada libremente en los hechos de 1949.
Con información de Ricardo Canaletti
