Una historia de dolor pero también de mucho amor que viven familias de inmigrantes/refugiados
Por SIN CODIGO
El dolor de la guerra suele dejar huellas imborrables. Pero también, a veces, abre caminos inesperados para el amor y el reencuentro. Eso fue lo que sucedió en la ciudad de Tafí Viejo, Tucumán, donde dos hermanos sirios, Gassan y Yamal Al Ibrahim, pudieron abrazarse nuevamente después de más de tres décadas separados por océanos, culturas y conflictos.
Una historia de ida y vuelta
Gassan llegó a la Argentina siendo muy joven. En Tucumán encontró no solo un lugar para vivir, sino también el espacio donde formó su familia, echó raíces y se sintió parte de una comunidad que lo recibió con afecto.
En algún momento, movido por la nostalgia y los lazos con su tierra, decidió regresar a Siria junto a su esposa y sus hijos. Pero el horror de la guerra civil lo obligó a volver, una vez más, a Tafí Viejo, donde reconstruyó su vida con esfuerzo y esperanza.
El hermano que también debió huir
El destino quiso que, años más tarde, su hermano menor Yamal enfrentara el mismo drama. La violencia, la persecución y la destrucción diaria en Siria lo empujaron a dejar atrás su casa, su tierra y parte de su historia. Con dolor pero también con valentía, viajó a la Argentina con su familia, y fue recibido por Gassan en esa misma ciudad que, hace décadas, había sabido acogerlo.
El reencuentro fue un torbellino de emociones: lágrimas, abrazos, silencios que dijeron más que mil palabras. Más de treinta años de distancia, de ausencia, de vidas paralelas que hoy vuelven a cruzarse.

Los hermanos comparten la misma herida: el desarraigo. Pero también la misma fortaleza: la familia, el amor y la fe. La barrera del idioma, las diferencias culturales y la tristeza por lo perdido quedan en segundo plano cuando lo que se comparte es un sentimiento profundo de fraternidad.
Un mensaje que trasciende fronteras
“Deseamos que la paz llegue, que nadie más tenga que vivir lo que nosotros vivimos”, dicen. Yamal y Gassan saben de lo que hablan. Ellos y los suyos cargan en la memoria con el miedo, la angustia y la desesperación de quienes un día deben abandonar todo sin saber si habrá un mañana.
Su historia es también la de miles de familias sirias dispersas por el mundo. Pero en Tucumán, en esta provincia lejana, encontraron un refugio, una segunda patria que abre sus brazos a quienes llegan buscando un nuevo comienzo.
Que su reencuentro sea símbolo de esperanza. Que sus lágrimas se transformen en fuerza. Y que su oración por la paz resuene en cada rincón del mundo.