Se encuentra en la región de Campania, sobre el Mar Tirreno. Estos pueblos se pueden recorrer a través de la carretera 163, bus o ferry
Pocas postales en el mundo reúnen la magia, la belleza y la personalidad de la Costa Amalfitana de Italia.
Sobre el Mar Tirreno, es una ruta de cornisa que sorprende en cada curva del Golfo de Salerno: acantilados empinados, bahías secretas y terrazas colgantes donde crecen vides, olivos y limoneros.
Con veranos cálidos e inviernos suaves, se recorre a través de la Carretera 163, con 40 kilómetros de extensión por el litoral mediterráneo.
Desde Positano, al Oeste, hasta Vietri sul Mare, al Este, son 13 los municipios de este tramo de la región de Campania, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997.
Al encontrarse al Sur de Pompeya y al Este de la Península de Sorrento, muchos viajeros conocen estos pueblos después de haber visitado alguno de los destinos turísticos más masivos, como Nápoles. Precisamente, desde Nápoles se puede llegar en tren a Sorrento o Salerno para luego viajar en auto, bus o ferry.
Costa Amalfitana
Fascinante, la Costa Amalfitana cuenta con algunas de las playas más bellas del mar Tirreno y del mundo, aunque no son extensas y el suelo suele ser pedregoso, con pequeños guijarros.
Sin dudas, los pueblos más famosos y visitados son Positano, Amalfi y Ravello, pero quienes alquilen un auto y lleguen a conocer más en detalle la zona, también pueden ir a lugares como Praiano, Furore, Conca dei Marini, Atrani, Minori, Maiori, Cetara y Vietri sur Mare.
Positano
Es puro Mediterráneo, al Oeste del fascinante balcón natural: un pueblo vertical colgado de la montaña que cae al mar en terrazas de casas blancas, callejones floridos, boutiques, cafés, restaurantes y un sinfín de escalinatas.

En su Playa Marina Grande, con 400 metros de arena y sombrillas de colores, no es raro cruzarse con celebridades, pero el verdadero lujo está en perderse en sus rincones y callecitas. Basta una caminata para descubrir ropa de lino, cerámicas pintadas a mano, joyas, souvenirs, jabones de limón y acuarelas.
Bajo la Iglesia de Santa María Assunta, con su cúpula de mayólica amarilla, verde y azul, se esconde una villa romana del siglo I d.C. sumergida por la erupción del Vesubio: los patricios romanos construyeron en Positano extraordinarias residencias de vacaciones atraídos por los paisajes y el buen clima.
Desde el muelle parten barquitos hacia Li Galli, tres islotes legendarios rodeados de aguas cristalinas. Otra joya es la Playa de Fornillo, a la que se puede llegar a pie y es perfecta para el snorkel.
Para vistas memorables, el Sentiero degli Dei (Camino de los Dioses) serpentea por los montes Lattari con panorámicas que llegan hasta Capri. Durante muchos años fue el único enlace entre las ciudades y pueblos de la Costa Amalfitana, hasta que se construyó la Carretera Nacional 163.
Entre Amalfi y Positano, hay un puñado de pueblos para tener en cuenta para conocer aunque los viajeros suelen hospedarse y “hacer base” en Amalfi, Positano y Ravello.
Amalfi
Es historia, mar y leyenda. Según el mito, Hércules fundó la ciudad en honor a su amada; según la historia, surgió tras una tormenta que desvió a familias romanas hacia este rincón de la costa. Luego sería república marítima, pionera del comercio con Oriente y cuna de la “Tabla de Amalfi”, uno de los primeros códigos de derecho marítimo.

Amalfi fue una floreciente república marítima desde el Siglo IX hasta el XI, basada en el comercio en el Mar Tirreno hacia los mercados orientales. Ese pasado aún vibra en su trazado de zoco, ya que se caracteriza por ser un laberinto de callejones empinados, con aroma a limón y sal, y escaleras entre casas apretadas que suben por la montaña.
Hoy, la ciudad despliega su pasado en los antiguos arsenales, en el Museo del Papel del Valle de los Molinos y, sobre todo, en su imponente Catedral de San Andrés, ubicada en el centro y coronando la Plaza del Duomo con su fachada neomorisca y la escalinata monumental.
La Playa de Marina Grande es la más accesible y familiar, y se caracteriza por ser de arena y guijarros, con bares y restaurantes.
Atrani
A un paso de Amalfi, Atrani es un mundo antiguo en miniatura. Es el municipio más pequeño de Italia por superficie y conserva intacto el espíritu de un auténtico pueblo pesquero del Sur.
Un puñado de casas trepa por la colina desde la playa, resguardadas por montañas y abiertas al azul del Tirreno.

De origen romano, por aquí pasaron etruscos, griegos, normandos y españoles. Hoy, entre callejuelas, patios y pasarelas protegidas por arcos, se respira una paz ajena al tráfico y al ruido. Su corazón es la piazzetta Umberto I, una antigua dársena donde ahora se toma café frente al mar.
Iglesias ocultas, escalinatas con vistas y tabernas bajo arcos de piedra: en Atrani todo parece detenido en el tiempo, con acantilados que encierran una pequeña playa y el mar calmo entre verde y azul.
Ravello
Encaramado a más de 350 metros sobre el nivel del mar, Ravello es uno de los pueblos más encantadores de la Costa Amalfitana. Desde sus terrazas se despliegan las vistas al Golfo de Salerno y el aire perfumado por maquis mediterráneo.
Con su mezcla de estilos árabe, siciliano y normando, Villa Rufolo deslumbra con salones, torres y jardines floridos.

Al mirador de Villa Cimbrone lo llaman “la terraza del infinito”, un elegante balcón decorado con bustos de mármol del Siglo XVIII. La villa es un exclusivo hotel de 5 estrellas, pero los jardines están abiertos al público con senderos que serpentean entre estatuas y glicinas.
El centro histórico de Ravello reúne callejuelas, la Basílica de Santa María Assunta y San Pantaleone y talleres de cerámica artesanal.
Aunque en altura, Ravello también tiene salida al mar: en la aldea de Castiglione hay una playa a la que se puede llegar por mar o por tierra bajando unos 200 escalones.
Minori y Maiori
Más íntimo que su vecina Maiori, Minori combina historia, paisajes y sabor. Su paseo costero lleva a la Basílica de Santa Trofimena y a la Villa Romana del Siglo I, con pinturas y frescos bien conservados.
Entre limoneros y panorámicas frente al mar, el Sendero de los Limones conecta con Maiori y otros pueblos. Y las pastelerías locales confirman por qué este rincón es llamado la Ciudad del Gusto.

En cambio, Maiori se destaca por tener la playa más extensa de la Costa Amalfitana y por sus torres sarracenas como la Torre Normanda y La Cerniola, antiguas estructuras defensivas. Además de calas como Salicerchie (se llega bajando 160 escalones), las iglesias Colegiata de Santa Maria a Mare, Santa Maria delle Grazie y la Abadía de Santa Maria dell’ Olearia son un reflejo de las tradiciones locales.
Cetara
Conserva la esencia auténtica de un pueblo pesquero, con su puerto, las casas de colores pastel, la Playa de la Marina y la Torre Vicereale.
Corso Garibaldi, la calle principal, tiene iglesias históricas, cerámica local y productos típicos.

Cetara es también un punto estratégico para hacer caminatas de distinta intensidad en altura, como el sendero entre olivares, viñedos y limoneros en terrazas que conducen a Punta Fuenti.
La Colatura di Alici, salsa ancestral de anchoas, es la joya gastronómica del lugar y el resultado de un proceso artesanal heredado de los romanos y perfeccionado por monjes cistercienses.
Vietri sul Mare
Dicen en Campania que es la primera perla de la Costa Amalfitana por ser la primera parada al este para quienes vienen de Salerno.
El azul y el amarillo quedarán impresos en la vista de los viajeros: son los colores de las mayólicas que adornan la cúpula de la catedral de San Juan Bautista, en el punto más alto del centro histórico.

Y habla de una tradición ceramista iniciada en el Renacimiento y que sigue viva en talleres, tiendas y museos. El “amarillo Vietri” sobresale junto a las estatuillas del burro en verde esmeril, recuerdo del antiguo medio de locomoción de la zona.
La Marina di Vietri ofrece playas de arena fina y aguas poco profundas, mientras que Crestarella completa el paisaje costero.
Con información de Diana Pazos