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Jorge Lanata hoy en el programa “Solo una vuelta más”de Diego Sehinkman en TN recordó la cruel y horrenda noche en la que el Ex gobernador de Tucumán Antonio Bussi ( Plena Dictadura militar ) ordenó que levantarán a todos los mendigos de las calles tucumanas y los tirarán fuera de la provincia. Fueron llevados a una ruta de catamarca . Testigos , documentos comprueban aberrante hecho.

En plena dictadura militar, la gobernación tucumana organizó el operativo en el que llevó 25 personas con la idea de mejorar el paisaje urbano de Tucumán. El testimonio de la médica de Catamarca que los atendió y la vida del periodista que hizo pública una historia que Bussi intentó negar y por la cual demandó a Tomás Eloy Martínez.

médica que atendió a los mendigos

Primero los encerraron en la comisaría de Tucumán ubicada frente al parque 9 de Julio. Después los llevaron en un camión del Ejército hasta el límite con Catamarca. En medio de la nada, en un camino desierto entre dos pueblos llamados Bañado de Ovanta y La Merced, al costado de la ruta, los obligaron a bajar en la oscuridad de la madrugada. Era una noche helada; de esas en que se congelan las manos si no hay guantes ni bolsillos. Había 25 mendigos de Tucumán y en el grupo estaba una mujer. Algunos tenían dificultades motrices, otros eran ciegos, la mayoría mostraba signos de tener problemas psíquicos y fueron abandonados en un descampado sin almas. Cinco policías; dos de civil y tres de uniforme azul, se encargaron de cumplir las órdenes de arrojarlos en el monte. No bajaron a todos juntos en un solo lugar, sino que fueron dejándolos en grupos de dos o tres separados cada 20 o 30 kilómetros de distancia. La estrategia policial buscaba que no pudieran regresar, que perdieran la noción del tiempo en un camino desconocido por ellos que se llamaba ruta nacional 67, en Catamarca. El episodio se conoce como los mendigos de Bussi y ocurrió el 14 de julio de 1977, pero salió a la luz tres días después -el 17 de julio de 1977-.

Aurora del Carmen Pico Zossi de Ahumada, médica de zona, los atendió en el hospital de La Merced, en Catamarca, al amanecer, cuando los vecinos alertaron sobre la presencia de los extraños zarrapastrosos en la ruta. Ella tenía 25 años, una hija de dos meses y tan solo un año de experiencia como profesional de la salud, porque se había recibido el año anterior. Hoy en día, con 76 años, Aurora vive en la capital catamarqueña, todavía recuerda aquel suceso y asegura que hay ciertas cosas que nunca se irán de su memoria.El puesto de zona, donde la médica trabajaba era rústico, con apenas unos cuantos insumos. Ni siquiera había agua potable. La ambulancia era una vieja camioneta rastrojera, que tenía problemas mecánicos.

Mendigo que fue víctima de tal aberrante hecho

Aurora recuerda que había viajado a la capital catamarqueña para retirar los insumos mensuales del puesto sanitario. Iba junto al chofer Lucho Molina en esa ambulancia. En el trayecto de regreso se apagó el motor. Se hacía de noche y la médica debía volver a su casa, en el pueblo de Alijilán, donde había quedado su única hija de dos meses. Un mecánico del lugar dijo que la rastrojera tenía un problema con la bomba de nafta. Ella no podía ocultar los nervios, porque se hacía tarde y tenía que volver a darle la teta a su pequeña hija. Entrada la noche apareció un vecino con una rastrojera nueva y le dijo al mecánico que le sacara el bombín de su vehículo para ponérselo a la ambulancia.

Siguieron viaje por los caminos sinuosos hasta que alrededor de las dos de la madrugada pasaron por la entrada al pueblo de La Merced. Un policía, con el rostro desencajado y despeinado, como quien recién se despierta, salió al cruce de la ambulancia. -Usted es la médica de los Altos, me dijo el policía, y están diciendo en la radio que han tirado a unos viejos en la ruta, pero no me sabía explicar más. Cómo van a tirar unos viejos, pensé, me parecía surrealista; pero bueno vamos a ver, le digo al chofer, si encontramos algo.

No hallaron nada y la médica y el chofer siguieron la ruta para llegar cada uno a su casa. Sobre el filo del amanecer, un golpe seco en la puerta de su casa la despertó de un sobresalto. Eran las seis de la mañana, cuando el agente le informó a Aurora que habían encontrado a varias personas mayores en un paraje cercano y casi a punto de congelarse. -No entendía mucho y nos fuimos otra vez a recorrer la ruta. Los habían repartido en un camino muy distanciado para que no se agruparan, de noche, con llovizna, y frío, en pleno invierno y en un lugar desconocido. Los dejaron desde Huacra en adelante, pasando por Los Altos, hasta Las Cañas, eran discapacitados, todos linyeras, y empezaron a volverse a sus casas y ahí fue donde los vecinos los descubrieron. Ahí empezamos a actuar. Los guarecieron en la policía –detalla-, otro poco en el hospital, otro en iglesia de La Merced. Hay hechos puntuales que son macabros –rememora-. En la zona de El Abra había un puente y el terraplén del puente era muy alto, porque el cauce del río estaba seco. Debajo de ese puente, dejaron a un señor que le faltaban las dos piernas y que para trasladarse usaba unos tacos de maderas en las palmas de las manos y arrastraba los glúteos, a él lo dejaron con otro señor que era ciego. ¿Se da cuenta la crueldad?… Y después recorriendo la ruta cerca del puente del río San Francisco, casi llegando a Huacra, vemos un bulto en la orilla, a la vera del camino, en la cuneta, había un bulto de una tela. Yo pensé: aquí se murió alguno y cuando destapamos ese sobretodo raído, pobre hombre, unos ojitos que me miraron debajo de ese sobretodo, acurrucado en posición fetal –recuerda Aurora-, me extendió la mano como pidiendo auxilio. Ese señor tenía congelamiento en los pies. El episodio pretendía quedarse en la oscuridad de aquella madrugada; sin embargo, salió a la luz gracias a una publicación del diario La Unión. “Catamarca se ha convertido en refugio de desposeídos”, tituló el corresponsal Roberto Antonio Vera, conocido como Robertito“, un hombre enano que además era juez de Paz en el pueblo de La Merced. El reportero, un personaje muy querido entre los lugareños, murió en febrero de este año, pero su trabajo periodístico quedó en la historia catamarqueña. ”Parias, mendigos, lisiados, ciegos, tísicos y enajenados mentales aparecieron librados a su propia suerte a lo largo de la ruta nacional 67, entre Bañado de Ovanta y Los Altos –escribió el reportero-, a la vera del camino y debajo del puente sobre el río El Abra, bajo extremas condiciones de supervivencia que significan una sonora bofetada a los más elementales principios humanos y cristianos“, agregó en su artículo escrito en una vieja y pesada Olivetti. Fue una de sus coberturas más resonantes, en tiempos en que se ejercía un periodismo artesanal con apuntadores de papel, lápiz en mano y las cintas negras y rojas para la máquina de escribir. Roberto Vera fue el autor de la primicia del diario catamarqueño. Robertito, también era conocido como la voz de El Cañón de Paclín, y llegó a ser jefe del Registro Civil del mismo pueblo, cargo con el que se acogió a la jubilación.

-Quién sabe cuántos otros cometió en sus malandanzas como jefe militar y gobernador de facto de Tucumán, la desdichada provincia donde nací –escribió Tomás Eloy Martínez para un reportaje fotográfico del colectivo Ojos Testigos-. Varios testigos lo vieron disparar a quemarropa contra prisioneros desarmados –agregó Martínez-. Tucumán incurrió en la indignidad de elegirlo gobernador en 1995, cuando se presentó al amparo de un viejo partido casi extinto. En su litigio, Bussi afirma que ordenó investigar los hechos y que, como consecuencia, destituyó y sancionó al jefe de la policía provincial y pasó a retiro al personal que actuó en la expulsión. La sanción contra el jefe de la policía provincial, teniente coronel Mario Albino Zimmermann, que se dio a conocer el 18 de agosto de 1977, consistió no en arresto o cesantía, sino en nombrarlo, el día antes, secretario de Estado de Planeamiento y Coordinación. Un castigo ejemplar, como se advierte –insistió Martínez-. Las leyes, que son el instrumento de la justicia, decidirán cuál es el fin de esta historia. Yo me he quedado sin saber si Pacheco fue o no al salar de Pipanaco a beber las aguas de su paraíso propio, pero no me cabe duda de que allí está todavía, a la espera del próximo juicio universal, –concluyó. En aquel tiempo, la censura y el control militar sobre todo lo que se iba a publicar en los medios hacía que fuera difícil chequear ciertos datos. El propio diario La Unión publicó varios días después un título en potencial. “Se habría producido ayer la evacuación de los mendigos” señaló en sus páginas ilustradas con un dibujo, pero sin fotos. Aurora Pico Zossi, la médica de Catamarca, rememora aquellos días. Sentada en el living de su casa, en Villa Dolores, arroja luz sobre un dato que no puede quitar de su memoria. Uno de los mendigos fue hallado sin vida en medio del monte. Estaba sentado debajo de un árbol y tenía una cuchara en sus manos. Fue sepultado en el cementerio de El Alto como NN. Después, un juez federal de Catamarca ordenó que le cortaran las manos para tomar las huellas dactilares y tratar de identificarlo. -Tuvimos que exhumarlo del cementerio y le hicimos la autopsia. Efectivamente, ese hombre había muerto de hambre. Las manos las pusimos en un frasco de mayonesa, de vidrio de los grandes –detalla-. Teníamos apenas una hojita de bisturí; esos detalles domésticos me los acuerdo como si fuera hoy. Lo sellamos bien, le pusimos cintas y, por orden del mismo juez, un policía se llevó el frasco en el colectivo y lo entregó a la justicia en Catamarca. Después lo enviaron a la ciudad de La Plata para que lo estudien los forenses. Pero nunca más supe qué pasó con ese frasco. Le dimos cristiana sepultura en una tumba prestada. No sé qué pasó después en ese cementerio –detalla la médica-. Estuve un año más trabajando en Los Altos y después me trasladaron a Catamarca. A pesar de que se anunció el regreso de los mendigos a Tucumán, nunca más se supo de varios de ellos. Nadie los volvió a ver por la plaza Independencia, ni por las calles del centro tucumano. Tomás Eloy Martínez murió en enero de 2010, a los 75 años, sin saber cuál fue el destino final de Pachequito. Antonio Bussi murió en noviembre de 2011, a los 85 años, mientras cumplía una condena a perpetua por delitos de lesa humanidad y, por esa misma razón, le habían dado de baja del Ejército.

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