Violencia o diálogo: el camino que elegimos todos los días

Si el Gobierno Nacional quiere sumar voluntades para salir adelante, tal vez deba dejar de replicar el comportamiento de los que tanto critica. Porque en este momento bisagra, o elegimos la guerra infinita, o elegimos el diálogo difícil, pero posible

Por SIN CODIGO

Todo lo nuevo, lo distinto, lo raro -como el estilo presidencial contestatario- puede, al principio ser gracioso y gustar pero, llega un momento que aburre, cansa y ¿asusta?

En la Argentina del Siglo XXI, la violencia no siempre llega con armas. A veces se disfraza de palabras, gestos, indiferencia, corrupción, o simplemente de una bocina apurada en un semáforo. Es una violencia que se ha vuelto cotidiana, que se instala en la política, en las calles, en nuestras casas. Y que muchas veces aceptamos como si fuera inevitable.

Vivimos en un país donde el diálogo escasea. Nos gritamos en lugar de escucharnos. Nos juzgamos antes de intentar comprender. Nos enfrentamos como enemigos aunque estemos del mismo lado. ¿Por qué llegamos a este punto?

La respuesta es compleja, pero hay una certeza: la violencia genera más violencia. Y en la Argentina, donde tantos años de historia están marcados por el conflicto, por el enfrentamiento armado, por los odios sembrados desde arriba, es urgente detenerse a pensar cómo salimos de esta lógica que no lleva a ningún lado.

En política, vemos cómo el oficialismo y la oposición se tratan como enemigos irreconciliables. El Gobierno Nacional, con un rumbo económico claro pero áspero, responde a los cuestionamientos con la misma agresividad con la que fue atacado. En lugar de buscar puentes, se siguen cavando trincheras. ¿Es esa la manera de construir futuro?

Pero el problema no es solo del poder. Lo vemos también en la vida cotidiana. Un roce entre autos en la calle se convierte en una batalla campal. Una discusión de tránsito puede terminar con golpes, gritos, amenazas. Sin embargo, hoy se viralizó un video distinto: dos hombres que discutían por un accidente vial terminaron fundiéndose en un abrazo. Un gesto simple que sacudió a miles. Porque nos recordó que hay otra forma. Porque en un país donde todo parece grieta, ese abrazo fue un puente.

La pulsión violenta está en todos nosotros. Es parte de la condición humana. Pero la diferencia entre civilización y barbarie está en cómo decidimos responder. Y ahí entra la inteligencia emocional, esa capacidad de frenar, de escuchar, de entender que no todo se resuelve gritando más fuerte o pegando primero.

Para dialogar, hace falta que dos personas quieran hacerlo. Pero cuando una no quiere, la que sí está dispuesta debe poner en juego su templanza. No para ceder, sino para construir. Para no responder con más odio. Para no multiplicar el problema.

Argentina ha vivido muchas formas de violencia. Antes con armas, ahora con corrupción, con piquetes, con pobreza estructural, con políticos que se enriquecen a costa del pueblo. Todo eso genera rabia, impotencia, frustración. Y es entendible. Pero responder con más violencia no es el camino. Es repetir el ciclo.

¿Podemos ser una sociedad que reaccione diferente? ¿Podemos pasar del insulto al abrazo, de la desconfianza al diálogo, de la prepotencia al entendimiento? Tal vez, si empezamos por lo pequeño. Por cómo tratamos al otro en la calle, en la fila del banco, en una red social.

Supuestamente, somos una de las sociedades más educadas e inteligentes del continente. Pero cuando se trata de emociones, a veces parecemos vivir en el subsuelo de nuestra propia naturaleza. Tal vez sea hora de subir.

Hay otra forma. No más fácil, pero sí más sabia. Enfrentar la violencia con inteligencia. Alzar la voz, sí, pero para hacernos entender, no para herir. Construir, no destruir.

El país no se salva con gritos. Se salva con acuerdos, claros y transparentes. Y los acuerdos empiezan cuando alguien decide dejar de responder con odio y empieza a hablar con el corazón. Aunque muchos parecen no tenerlo.

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