Tucumán, el eterno Cambalache

Pasan los años, cambian los gobiernos, pero todo sigue igual: una provincia atrapada entre el populismo agotado, la oposición inútil y una sociedad que repite errores con el voto

Por SIN CODIGO

“El mundo fue y será una porquería, ya lo sé… en el quinientos seis y en el dos mil también”, escribió Discépolo. Si hubiera conocido Tucumán, habría escrito “el dos mil veinticinco también”. Porque en esta provincia, el cambalache no es una metáfora: es una política de Estado.

En plena entrada al último tramo del año, con elecciones nacionales en la mira, el Gobierno provincial sigue anclado en un discurso del siglo pasado, como si no se hubiera caído el Muro de Berlín ni explotado la convertibilidad. “La patria no se vende”, repiten como mantra, mientras siguen regalando servicios que no pueden sostener, con una caja que ya no existe. El Estado presente, sí. Presente… pero fundido.

El problema es que la fiesta se terminó. Pero nadie en el poder quiere asumirlo. Tucumán sigue funcionando con una lógica populista que reparte lo que no tiene, financiado por los impuestos que pagan unos pocos, exprimidos hasta el hartazgo. ¿Resultado? Caminos rotos, hospitales colapsados, docentes, médicos y personal de seguridad mal pagos. El Estado, cuando se convierte en benefactor sin límites y sin recursos, se transforma en estafa.

Pero eso no impide que el discurso siga: todo gratis para “todes”, incluso para extranjeros que llegan a los hospitales de la provincia, donde la situación es digna de un informe de guerra. “La salud es un derecho”, dicen. Claro. Pero ¿Quién garantiza ese derecho cuando los profesionales renuncian -cada vez más- por sueldos de miseria? ¿Quién paga las cuentas del altruismo sin presupuesto?

Lo mismo ocurre con el sistema previsional: jubilaron a millones que nunca aportaron. Y ahora quienes sí trabajaron y cotizaron durante décadas reciben haberes indignos. Todo porque el populismo confundió justicia social con clientelismo electoral. Cambalache, nomás: “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”.

Y si se mira a la oposición, el panorama no mejora. Está el radicalismo de Roberto Sánchez, pensando desde hace años una estrategia que nunca llega. Fuerza Republicana, con Ricardo Bussi a la cabeza, repite el mismo libreto de hace treinta años: combaten al peronismo… desde el discurso, no en los hechos. CREO, con Sebastián Murga y Paula Omodeo, se jacta de su pureza, pero terminará diluyéndose en su soledad. Todos opositores en los discursos, funcionales en los hechos.

Y lo más nuevo, La Libertad Avanza, llegó con ruido pero hoy parece desorientada. A solo tres meses de las elecciones, ni siquiera tienen candidato a diputado nacional. Su referente local, Lisandro Catalán, más porteño que tucumano, se muestra soberbio y perdido, como si ser libertario fuera una actitud y no una propuesta. Se creen Milei, pero Milei hay uno solo. Así, no ganan ni un centro vecinal. Desprecian a dirigentes locales con buenas intenciones. Creen que solos llegan, pero no se sabe adónde.

Y en ese cambalache aparece Mariano Campero, que juega a ser Alfonsín sin respaldo ni partido, sin territorio ni plan. Como todo radical sigue en la duda a quién apoyar políticamente. En breve, como dice el tango, “nadie se acordará de él”.

Mientras tanto, los que están (el oficialismo) siguen y, al paso que caminan, seguirán por más años. Como dice el refrán: “En el país de los ciegos, el tuerto es rey”. Un diputado nacional como Carlos Cisneros, invisible, mudo. ¿Para quién juega? Otro legislador nacional, Pablo Yedlin, que solo tiene discursos de la década del ’70, ¿A dónde nos quiere llevar?

En Tucumán, la política es un reflejo de la mediocridad estructural. Pero la culpa no es solo de los políticos que se reciclan, se enriquecen y se reparten el poder. La culpa es también del votante que los sostiene. Porque si el curro es eterno, es porque la sociedad elige vivir en él.

El tango lo dijo hace casi un siglo:

“Lo mismo un burro que un gran profesor…”
En Tucumán, da lo mismo un médico, un cura o un ladrón.
Todo es igual, nada es mejor.
Todo es un cambalache.

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