San Cayetano: entre la fe genuina y la manipulación política

El 7 de agosto, la Iglesia Católica celebra la festividad de San Cayetano, considerado el patrono del pan y del trabajo. Sin embargo, políticos, sindicalistas y hasta ciertos Obispos lo usan como un evento partidario más que espiritual

Por SIN CODIGO

En Argentina, la devoción a San Cayetano está muy arraigada, especialmente entre los sectores más vulnerables, quienes ven en él un símbolo de esperanza y protección en momentos de dificultad económica. Se le reza para pedir por trabajo, sustento y para que nunca falte el pan y el trabajo en los hogares. 

Cada año, el 7 de agosto, miles de argentinos se congregan en parroquias, capillas y santuarios de todo el país para honrar a San Cayetano, el patrono del pan y del trabajo. Es una de las fechas más sentidas por la Fe popular, en especial en un país donde el desempleo, la pobreza y la incertidumbre económica golpean con fuerza. La imagen de fieles haciendo fila durante horas para tocar al Santo, dejar una vela, rezar una oración o simplemente agradecer por lo recibido, se repite en todos los rincones del país con especial intensidad en el Santuario de Liniers, en la ciudad de Buenos Aires.

San Cayetano representa mucho más que una figura religiosa. Simboliza la esperanza, el pedido humilde de millones de personas que no encuentran respuestas ni en los gobiernos ni en los discursos grandilocuentes. Es el día en que el pueblo, en silencio, habla con Dios y no con los dirigentes.

Sin embargo, en los últimos años -y no es un fenómeno nuevo- el 7 de agosto también se ha transformado en un escenario de disputa política. Movimientos piqueteros, el sindicalismo, el kirchnerismo/peronismo, e incluso algunos Obispos con discursos más cercanos a la tribuna partidaria que al púlpito evangélico, aprovechan la masividad de la fecha para convertirla en una jornada de protesta. Bajo el lema “por paz, pan y trabajo”, convocan marchas y actos que en realidad tienen un objetivo político concreto: desgastar al Gobierno de turno cuando este no es peronista.

Lo paradójico es que muchas de esas marchas no se hacen con espíritu de unidad o búsqueda de justicia social, sino como una plataforma partidaria. Se apropian de un símbolo que pertenece a todos los cristianos -y a los argentinos en general, creyentes o no- para convertirlo en una herramienta de presión, desvirtuando su verdadero significado.

Es legítimo reclamar, es legítimo marchar, pero ¿es legítimo hacerlo en nombre de San Cayetano cuando el trasfondo es claramente político? ¿No es una forma de manosear la Fe popular, usar la imagen del Santo como pantalla para otro tipo de intereses? ¿Dónde queda la espiritualidad, el recogimiento, el sentido religioso profundo de esa jornada?

Incluso desde la propia Iglesia Católica se ha caído a veces en este juego. Algunos obispos, más preocupados por el poder terrenal que por el alimento espiritual de sus fieles, aprovechan el Día de San Cayetano para pronunciar discursos que rozan lo panfletario. Se ha perdido en algunos casos el equilibrio necesario entre la doctrina social de la Iglesia y la tentación de la militancia.

La Fe no necesita parlantes ni pancartas. Necesita silencio, oración, compromiso personal, solidaridad verdadera. El Día de San Cayetano debería ser un momento para renovar el espíritu, para volver a conectar con lo esencial: el trabajo digno, el pan en la mesa, el respeto por el prójimo, la confianza en que, más allá de la política, hay algo más grande que sostiene y consuela.

Este 7 de agosto, más allá de los banderazos y los discursos, sería bueno recuperar el sentido original. Volver a mirar al Santo con ojos de fe y no de oportunismo. Dejar de lado la utilización partidaria y abrazar, aunque sea por un día, esa espiritualidad que tantas veces nos ha salvado del abismo.

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