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Salió de su casa como cualquier otro día rumbo a un pueblo cercano… y volvió tres décadas después

De un pequeño pueblo de Bacău, Rumania, Vasile Gorgos es un ganadero. Una mañana, de 1991, recibió una llamada que lo convocaba a cerrar un negocio en un pueblo cercano. El hombre, al salir de casa, solo dijo que no tardaría. Y, como de costumbre, compró su boleto de tren en la estación, un trayecto que conocía de memoria. Nada en su rostro sugería que este día fuera a ser distinto.

La familia comenzó a inquietarse cuando la noche cayó y él no regresó. Al día siguiente, la preocupación se transformó en angustia. Su esposa, su hija, y hasta los vecinos, acostumbrados a verlo cada tarde al volver de sus viajes, sabían que algo no andaba bien. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y luego en años.

Los intentos de encontrarlo fueron en vano. Cada pista se desvanecía, cada testimonio era un callejón sin salida. Con el tiempo, la búsqueda cesó, y su familia, desgastada por la incertidumbre y el dolor, tuvo que aceptar lo impensable: Vasile no volvería.

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Lo que nadie sabía entonces era que esta no sería una historia de desaparición común. Porque 30 años más tarde, en una tranquila tarde de agosto, la misma puerta que él cruzó aquella mañana de 1991 volvería a abrirse para recibir al hombre que todos creían perdido para siempre.

El 29 de agosto de 2021,un coche paró frente a la casa que habitaba Vacile, un anciano con andar vacilante comenzó a bajar. Llevaba puesta una chaqueta de lana verde, la misma que Gorgos había usado el día en que desapareció, tres décadas atrás. Las manos del anciano temblaban ligeramente mientras intentaba orientarse, mirando a su alrededor con una expresión de desconcierto.

Ahí estaba: el hombre que, contra todo pronóstico, había regresado. Vasile los miró con la misma mirada de hace 30 años, pero había algo en sus ojos, una especie de niebla que nublaba sus recuerdos.

El anciano tenía la misma ropa que vestía cuando desapareció. Incluso el boleto de tren en el bolsillo, aquel que compró para el viaje que nunca terminó, ahora desgastado por el tiempo, pero intacto. Los años no parecían haber dejado huella en la vestimenta, ni en su billetera, que contenía algunas monedas viejas y un billete arrugado.

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Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, el coche, que permanecía con las luces apagadas, arrancó bruscamente, dejando una nube de polvo en el aire. Nadie alcanzó a ver al conductor. No hubo tiempo de hacer preguntas, de pedir explicaciones. El vehículo se perdió en la distancia, dejando solo el eco del motor y un sinfín de preguntas sin respuesta.

La familia, conmocionada, rodeó a Vasile. Había lágrimas en los ojos de su hija, ahora una mujer de mediana edad, que apenas podía articular palabra. “¿Dónde habías estado todo este tiempo?”, preguntó. Pero Vasile, con una voz serena pero ausente, solo pudo responder: “En casa. Siempre estuve en casa.”

Nada tenía sentido. 30 años habían pasado, pero para Vasile, parecía que solo habían transcurrido unas horas desde que se marchó. Las preguntas se acumulaban en la mente de sus familiares. ¿Cómo era posible que no recordara nada? ¿Quién lo había cuidado todo este tiempo? ¿Y por qué, después de tres décadas, volvía con la misma ropa, con el mismo boleto, como si el tiempo no hubiera pasado?.

La familia decidió no esperar más y lo llevaron de inmediato a un hospital cercano para una revisión completa. Los médicos, sorprendidos por su caso, lo sometieron a una serie de pruebas. Su cuerpo, aunque frágil por la edad, no mostraba signos de abuso ni de malnutriciónSu salud era sorprendentemente buena, algo casi imposible de creer después de tres décadas de desaparición. Solo había algunos problemas neurológicos menores, pero nada fuera de lo común para alguien de su edad.

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Lo más desconcertante fue su memoria. Vasile recordaba claramente a su familia, su hogar, e incluso el día en que partió para ese fatídico viaje en 1991. “Estaba en casa”, repetía, como si para él el tiempo no hubiera transcurrido de la manera en que lo había hecho para todos los demás. Sin embargo, no tenía ningún recuerdo de lo que había sucedido durante esos 30 años. Ni un solo detalle, ni un solo nombre, ni un solo lugar.

La familia y los médicos intentaron hacerlo recordar, le hablaron de eventos importantes, de la tecnología que había cambiado, de los familiares que habían fallecido en su ausencia. Pero nada parecía encender una chispa en su memoria. Para Vasile, el tiempo se había detenido el día que salió por última vez de su hogar.

A medida que pasaban los días, su familia se daba cuenta de que obtener respuestas sería más difícil de lo que imaginaban. ¿Cómo podía alguien regresar después de tanto tiempo sin envejecer más que lo esperado, sin señales de haber sufrido, y con una memoria tan selectiva?.

TEORÍAS

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Una de las primeras teorías que surgió fue que Vasile había decidido, por razones desconocidas, dejar su vida atrás. Quizás había encontrado un lugar donde empezar de nuevo, donde nadie lo conociera, donde pudiera vivir en paz. Algunos sugirieron que tal vez había formado una nueva familia, o que había querido experimentar una vida completamente diferente. Pero esta teoría no explicaba por qué habría regresado sin ningún recuerdo de esos 30 años, ni por qué volvía con la misma ropa y el mismo boleto de tren en el bolsillo.

Otros comenzaron a tejer hipótesis más oscuras. Algunos hablaban de un posible secuestro, tal vez a manos de alguien que lo mantuvo cautivo durante todo ese tiempo. Pero, ¿Cómo es que no mostraba signos de maltrato? ¿Y cómo podía ser que, tras tantos años, regresara en tan buen estado de salud? La idea de que había sido objeto de experimentos comenzó a ganar terreno en las conversaciones. En un país que había vivido bajo el régimen comunista de Ceaușescu, las historias de desapariciones misteriosas y experimentos secretos resonaban con fuerza.

Fue entonces cuando se empezó a hablar del Bosque Hoia Baciu. Situado al oeste de Cluj-Napoca, en la región de Transilvania, este lugar era famoso por ser un foco de fenómenos inexplicables. El bosque, conocido como el “Triángulo de las Bermudas de Transilvania”, había sido escenario de múltiples desapariciones, avistamientos de ovnis y eventos paranormales. Se decía que las personas que entraban al bosque experimentaban una pérdida de tiempo, saliendo con la sensación de que solo habían pasado unos minutos cuando, en realidad, habían pasado horas, días o incluso más tiempo.

¿Podría ser que Vasile hubiera caído en uno de estos fenómenos? Aunque la idea parecía sacada de una novela de ciencia ficción, muchos en el pueblo comenzaron a considerarla seriamente. El Bosque Hoia Baciu se había convertido en un lugar de leyendas y miedos, y la reaparición de Vasile, con su falta de recuerdos y su estado aparentemente inalterado, encajaba demasiado bien en esas historias.

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Los investigadores y periodistas que llegaron a Bacău se encontraron con una familia que, aunque agradecida por el regreso de Vasile, estaba atrapada en un torbellino de preguntas sin respuesta. Los vecinos, por su parte, contribuían a alimentar las teorías. Algunos afirmaban haber visto luces extrañas en el cielo la noche en que Vasile regresó, otros aseguraban que el coche que lo dejó en casa tenía un aspecto “fuera de este mundo”.

Un año después de su reaparición, Vasile se fue a dormir temprano una noche de otoño, después de haber murmurando algo mientras observaba el viejo boleto de tren. A la mañana siguiente, su hija lo encontró en su cama, con la expresión más serena que había visto en él desde su regreso. Vasile había fallecido durante la noche, en silencio, llevándose con él las respuestas que todos habían buscado desesperadamente.

Con información de Sol de María, Infobae

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