Se trata de la película protagonizada por el gran Guillermo Francella, dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat, y estrenada en cines este 14 de agosto
Por SIN CODIGO
Francella vuelve a la pantalla grande con un desafío monumental: protagonizar dieciséis historias breves, distintas en tono y personaje, todas dentro de una estructura de antología cinematográfica única en el cine argentino.
Se compone de 16 viñetas independientes, cada una con duración de entre 1 y 12 minutos, en las que Francella interpreta personajes tan diversos como un director de cine frustrado, un vendedor callejero de dólares, un padre de familia, un multimillonario, entre otros. Estas historias reflejan tensiones reconocibles de la sociedad argentina: la doble moral de clase media, la idolatría futbolera, el oportunismo elegante, la corrección política exacerbada, la “cultura del canuto”, la mafia de la amistad y el arte de hacerse el “boludo”, entre otros.
El formato antológico, inspirado en clásicos del cine italiano como Los monstruos (Dino Risi, 1963), nace de una idea de Francella durante el rodaje de la serie El Encargado.
¿Qué mensaje quiere transmitir?
La película no pretende dar un veredicto final sobre la identidad argentina, sino invitar a la reflexión colectiva desde la ironía y el humor sin moralinas. Los directores enfatizan que no hay redención, sino humor, incomodidad y ternura entrelazados. Se trata de una mirada aguda sobre nuestras virtudes y miserias cotidianas, expuesta con un tono de crítica social y autorreconocimiento.
Francella sintetizó la intención de la obra: “Somos un país de contradicciones, de luces y sombras, y esta película celebra eso. Es una pintura de quiénes somos”.
En tiempos en que el país se mira sin contemplaciones, Homo Argentum llega como una radiografía irónica de lo que somos: contradictorios, resilientes, a veces absurdos. Encarnados en cada personaje por el dúctil Francella, estos pequeños retratos no nos juzgan, sino que nos despabilan. Es esa incomodidad tierna la que, si somos capaces de verla, puede ser un punto de partida para pensar –reír y revisar– nuestra identidad colectiva. Porque más allá de la pantalla, somos ese mosaico imperfecto, luminoso y oscuro, que merece ser visto sin solemnidad.