Forman largas filas, pero no con el fin de esperar su turno de ingresar al cuarto oscuro. Buscan acercarse a la olla y poder recibir una ración de comida, en cualquier establecimiento solidario, sea un comedor o una olla popular, incluso un merendero. Diferentes lugares donde no hay boca de urna, sino centenares de bocas que ansían por degustar su único alimento diario. Una triste y extrema realidad que no tiene veda, ni tampoco es elegida por quienes la padecen.
“La gente la está pasando mal, y me refiero a quienes tienen un trabajo pero el sueldo no les alcanza para cubrir las cuatro comidas al día, como también a quienes empujan un carro o recolectan cartones y demás elementos reciclables para obtener 1.500 pesos por día. Entonces no les queda otra que ir a un comedor atendido por sus propios vecinos”. La detallada descripción de tan crudo panorama pertenece a Virginia Cáceres, impulsora de Los Carrillitos, que empezó en pandemia asistiendo a 25 niños, y hoy continúa su obra con 53 pequeños, quienes también llevan sus sobras a casa para alimentar al resto de la familia.
Al respecto, Virginia remarcó que “los chicos se la pasan comiendo fideos y arroz, es decir nada nutritivo, y terminan siendo obesos y mal alimentados”.
En este sentido, Pablo Pérez, referente de La Plata Solidaria, organización que colabora con centenares de comedores y merenderos, advirtió que tienen “entre 10 o 15 personas más por semana, con comidas desprovistas de valores nutricionales, sino carbohidratos con carcazas y alitas, sin carne y verduras, porque se han convertido en un lujo”.
Sobre la alimentación que ofrecen en los diversos recintos benéficos, Natalia, referente del Comedor Mito Berrios, del barrio San Carlos, de la capital bonaerense, señaló que es “cada vez más difícil porque todo lo hacemos a pulmón. Por eso se nos complica en conseguir alimento y preparar la comida, no compramos carnes, sino alita”.
Pero también existen otras herramientas, a las que se aferran aquellos que les cuesta en demasía disponer de un plato de comida en sus manos. En referencia de ello, Ángel, representante de Centro Hoy Para Mañana, reveló que “en el barrio volvió ‘el todo suelto’, donde se ofrece el aceite, los fideos, la harina, y en el cual cada vez más la familia recurre ahí. Al mismo tiempo, la gente nos pide mucha leche, azúcar, yerba, mate cocido, harina, fideos, puré de tomate, etc”.
Un abanico de opciones que, según ese hombre solidario, da cuenta que “cada vez somos más los que pasamos hambre. Todos los días comemos para llenarnos y calmar el hambre, estamos muy lejos de poder alimentar a los más chicos”. Sin embargo, a pesar de la enorme relevancia de sus vocaciones y tareas, los que llevan adelante comedores, merenderos, ollas populares y demás propuestas caritativas, sostienen que no es alentador que sigan existiendo e incrementándose iniciativas similares.
En este sentido, Pablo dejo en claro que “hay barrios en los que se asientan tres comedores en cuatro o cinco manzanas. Aquel que lo necesita, cuenta con un itinerario de comedores. Por eso digo que el mejor comedor es el que no haya más pibes. Ese será el día que los chicos estén en sus casas con sus papás comiendo, tomando un vaso de leche caliente, y no en un merendero. Debe haber un cambio de mentalidad, concebir al comedor como una circunstancia y no como algo cotidiano, no podemos pensar a nuestro país en un gran comedor. No puede seguir sumándose gente en los comedores”.
A sus pocos metros, Natalia reconoció que “mi idea fue que no haya comedores”. Por su parte, Ángel consideró que “se debe brindar capacitación en comedores y merenderos, de esa manera vamos a empezar a transformar esta realidad cruda que vivimos día a día. Si solo damos de comer, no resolvemos el problema, lo mantenemos, pero si además de un plato de comida, entregamos aprendizaje, con el tiempo y voluntad, se cambiará la búsqueda de comida por la de trabajo”. Es decir, hay una elección, un voto por superar la instancia del comedor, del merendero, cristales hoy de la dificultad de satisfacer una necesidad tan básica como alimentarse. En consecuencia, el boca de urna de quienes la sufren, y asimismo de los que intentan asistirlos solidariamente, arroja tristeza, desazón, impotencia, y en su mayoría resignación./crónica