Cargos, contratos, “favores” y “vueltos”: así funcionó -y funciona- el curro estatal que ahora está en peligro con la Administración libertaria. Políticos, periodistas, artistas y hasta científicos “lloran” el cierre de la canilla del Estado. Qué pasa en Tucumán
Por SIN CODIGO
Desde la llegada de Javier Milei al poder, el tablero político argentino entró en cortocircuito. No por sus formas, no por sus redes, no por sus discursos incendiarios. Lo que verdaderamente tiene en estado de pánico a la vieja política es su decisión de achicar el Estado. Y cuando decimos “Estado”, no hablamos de una idea abstracta. Hablamos de plata. De la plata de todos los argentinos. Y eso -justamente eso- es lo que se terminó, o al menor intenta el Presidente argentino.
Durante décadas, el Estado fue el botín más codiciado. Desde su aparato se enriquecieron funcionarios, artistas, periodistas, contratistas, cooperativistas, punteros, empresarios “amigos”. ¿El mecanismo? Simple: contratos a dedo, cargos públicos sin sentido, “vueltos” disfrazados de licitaciones, subsidios sin rendición, sobres bajo la mesa y toda una industria de la trampa que garantizaba una cosa: vivir del Estado. O mejor dicho, vivir a costa del resto de los argentinos.
¿Y qué dejó ese Estado presente?
Mucho discurso, mucha épica nacional y popular, pero pocas obras reales. No hay autopistas ni caminos transitables, ni hospitales en condiciones. No hay escuelas dignas, ni aeropuertos de nivel internacional. Las empresas estatales son deficitarias -aunque ahora con el nuevo Gobierno están dando ganancias-, la salud está colapsada, la educación destruida, la inflación fue un monstruo y las empresas privadas quebraban como fichas de dominó.
Durante años y años, Argentina tuvo un Estado gigantesco y presente, pero lo único que dejó fue una sociedad empobrecida y una clase política millonaria.
El curro estatal, una industria de la casta
¿Cómo se explica que funcionarios que llegan al poder con lo justo, salgan años después como dueños de propiedades, vehículos, campos y cuentas bancarias abultadas? Muy simple: la política se transformó en una empresa, y el Estado en su principal cliente.
Con el empleo público se hace política. Se entregan contratos, puestos, becas, subsidios. Se intercambian votos por cargos. Se construyen fidelidades. Se crea una red de dependencias que garantiza que nadie patee el tablero… hasta ahora. Porque Milei lo pateó.
Y por eso lloran, gritan, denuncian, resisten. Porque se les acabó la fiesta. El ajuste no les duele porque “afecta al pueblo”, les duele porque corta sus negocios. Porque les cerró la canilla.
El ejemplo tucumano: el Estado ¿como caja política?
Tucumán es el caso testigo del “Estado presente” que solo sirvió ¿para enriquecer a unos pocos?. La provincia mantiene una de las legislaturas más caras del país, con una estructura monumental para una población reducida. El Concejo Deliberante de San Miguel es otro ejemplo: altos sueldos, escasa producción legislativa y un presupuesto que escandaliza.
Sin embargo, no hay infraestructura básica. Las calles están destruidas, el sistema de transporte es obsoleto, los hospitales son mantenidos por profesionales que ponen el alma, muchas escuelas no tienen ni baños, ni calefacción, y el recurso humano está precarizado. ¿Dónde está el Estado que tanto defendieron? Nunca existió. Fue solo una fachada.
Pero lo que sí existe, y en abundancia, son políticos y funcionarios estatales millonarios, intocables, no investigados, protegidos por un sistema donde los tres poderes -Ejecutivo, Legislativo y Judicial- se protegen entre sí. Un ecosistema donde la impunidad se premia con más poder.
Por qué no quieren achicar el Estado
Porque eso sería terminar con el sistema. Porque eso implicaría dejar de usar al Estado como herramienta para hacer política y “negocios”. Porque eso los obligaría a competir, a rendir cuentas, a demostrar resultados.
En Tucumán, siguen entrando empleados públicos, siguen defendiendo la “presencia del Estado”, siguen existiendo organismos que solo sirven como agencia de colocación de militantes. ¿Para qué? Para sostener la estructura clientelar.
Achicar el Estado sería su final político. Por eso no lo hacen. Por eso pelean con Milei. Por eso se alinean medios de comunicación, artistas, gobernadores y toda la maquinaria del relato. Porque lo único que defienden es su modelo de poder y privilegio.
¿Quién banca el ajuste?
El ciudadano común. El que se levanta a las 6 de la mañana, el que paga alquiler, el que camina cuadras para tomar un colectivo, el que no tiene obra social, el que cobra poco y no le alcanza. Esos son los que entienden que este ajuste no es en vano. Que si bien es duro, tiene un objetivo: cerrar el grifo del curro.
Y esos ciudadanos, silenciosos, sin micrófonos ni bancas ni editoriales, son mayoría. Y serán ellos los que en las urnas, cuando llegue el momento, dirán con su voto: “Nunca más un Estado al servicio de los vivos”.