Para hacer populismo -tal cual lo conocemos- se necesitan plata (los políticos), pobreza, ignorancia y fanatismo (el pueblo)
El populismo sería el uso de medidas de gobierno destinadas a ganar la simpatía de la población, particularmente si esta posee derecho a voto, aun a costa de tomar medidas contrarias al Estado democrático.
Un gobernante populista tiene un objetivo único y principal: perpetuarse en el ejercicio del poder para enriquecerse a costa del erario público, pero haciéndole creer hipócritamente al pueblo que lo ha elegido, que su principal preocupación es verlo feliz.
Necesita a los pobres porque se vale de sus necesidades para manipularlos a su antojo por medio de subsidios y prebendas. El secreto del éxito del populista está en evitar que los pobres dejen de serlo, para lograr someterlos mediante la dependencia económica y social.
El populista necesita ignorantes a quien se lo engaña fácilmente.
Creen en la democracia pero no en la república, invocan falazmente que respetan las normas y califican a las denuncias de corrupción en su contra como intentos desestabilizadores provocados por los enemigos cuya existencia invocan permanentemente (Félix V. Lonigro, profesor de Derecho Constitucional UBA, UB y UAI).
“El populismo con plata es un problema, pero sin plata es directamente un suicidio” (Daniel Artana, economista), y en Argentina en general -y Tucumán en particular-, cada vez hay menos plata.
Con un nuevo gobierno liberal y una macroeconomía bien encaminada; con el lema “no hay plata” y la eliminación de transferencias discrecionales de dinero hacia las provincias, hacer populismo sin plata está complicado. Pero, todavía hay pobreza, ignorancia y -cada vez menos, por suerte- fanatismo que contribuyen a que siga habiendo gobernantes populistas en feudos provinciales. En Tucumán, el gobernador Osvaldo Jaldo intenta dar una imagen diferente a su antecesor –Juan Manzur, el rey del populismo– pero ha demostrado que persisten en él vetas populistas. Un ejemplo reciente es la orden que habría dado de no hacer caso a una Ley que prohíbe la Tracción a Sangre (TAS), haciendo creer a la población que sí se aplicaría. Actúa como dueño de la provincia.
Cuando Jaldo piensa más en lo electoral que en el bien de todos los tucumanos, lo hace en modo populista. El mandatario provincial se ha ganado el apoyo de un sector de la ciudadanía no peronista gracias a ciertas medidas en línea con Javier Milei. Eso lo aleja de los cumpas kirchneristas. Le vuelve el pensamiento electoral y “tira” una medida populista para el deleite K. Entonces está entre el partido y los ciudadanos. Una de cal y otra de arena. En estos tiempos, la gente no quiere lo gris, lo tibio, sino el extremo. Si el gobernador se decide en avanzar “al hueso” para sacar a Tucumán de la pobreza, ignorancia, y no pensar tanto en los cumpas, las elecciones del próximo año las tendrá ganadas. Pero, si quiere quedar bien “con Dios y con el Diablo”, con los ciudadanos y los del partido, le será complicado.
Hay que saber “escuchar” a la gente -y no tanto al partido-, observar con astucia hacia donde va el viento. Veinte años de populismo y ya no da para más, a pesar de la resistencia de los políticos que se hicieron millonarios a costa del pueblo. ¿Quién quiere -de los políticos- perder los privilegios? Ninguno. Ya se habrán dado cuenta como los gremialistas van perdiendo poder, ya casi nadie les cree. El cambio es ahora. El que no la quiera ver, se quedará en el camino… del olvido.
TICHO para Sin Codigo