El peronismo-kirchnerismo y sus socios vuelven a apostar a la desestabilización. Pero la historia demuestra que las consecuencias no las paga la casta política, sino el pueblo argentino
Por SIN CODIGO
Un golpe blando es el derrocamiento de un Gobierno constitucional sin el uso del la fuerza militar.
En la Argentina hay un manual que parece repetirse cada vez que gobierna alguien que no es peronista: empujar al Presidente hacia el abismo. Lo hicieron con Raúl Alfonsín en 1989, lo perfeccionaron con Fernando de la Rúa en 2001, lo intentaron con Mauricio Macri en 2018-2019, y hoy, lo están aplicando contra Javier Milei.
La historia reciente nos da un ejemplo claro: diciembre de 2001. Fernando de la Rúa, elegido Presidente por el voto popular, fue forzado a renunciar -a dos años de haber asumido la primera magistratura- en medio de un clima de caos deliberadamente fogoneado -por la oposición y hasta algunos aliados-. Hubo saqueos, muertos en las calles, un “corralito” que arrasó con los ahorros de millones de argentinos, comercios fundidos, familias destruidas y una clase media expulsada del país.
En apenas una semana, desfilaron cinco presidentes designados a dedo por una Asamblea Legislativa que cambiaba nombres como quien cambia figuritas.
La consigna de aquellos días fue “que se vayan todos”. Pero, ¿quién se fue realmente? El único que terminó yéndose fue el presidente constitucional Fernando de la Rúa. Los políticos que alimentaron el incendio, que empujaron a la sociedad al abismo, siguieron en sus bancas, en sus despachos, en sus negocios. Muchos de ellos, increíblemente, siguen vigentes hoy.
Desde 1983, ningún Presidente no peronista tuvo paz:
• Raúl Alfonsín fue acosado con saqueos y presiones hasta que debió entregar el poder antes de tiempo -seis meses antes de que se cumpla su mandato-.
• Fernando de la Rúa terminó renunciando en medio del caos -a los dos años de haber asumido el poder-.
• Mauricio Macri padeció un boicot sistemático de gobernadores, gremios y el Congreso, que paralizó cualquier intento de reforma. Fue el primer Presidente constitucional, no peronista, que logró completar los 4 años de mandato, a duras penas.
• Y ahora, Javier Milei, con apenas un año y 8 meses de gestión, ya enfrenta el operativo desgaste del peronismo, el kirchnerismo, la izquierda, y hasta de algunos gobernadores e intendentes que ven amenazados sus privilegios. Ya piden que se vaya y hasta lo amenazan con un Juicio Político -al número lo tienen-.
¿Quién paga la factura de un golpe blando?
No son Axel Kicillof, ni Máximo y Cristina Kirchner, ni los gobernadores, ni los intendentes, ni los senadores o diputados nacionales. Ellos siempre se salvan. En realidad, todos los políticos se salvan. El costo lo paga el ciudadano común, los millones de argentinos que no viven de la política: el jubilado que ve licuados sus haberes, el comerciante que cierra la persiana, el joven que se va del país, la familia que pierde sus ahorros. Exactamente como en 2001.
¿Alguien pensante y sin intereses políticos cree que si cae Milei, y vuelve el peronismo, los jubilados cobrarán mucho más, los médicos tendrán mejor sueldo, las universidades más presupuesto, habrá autopistas, nuevas rutas y caminos pavimentados? Pues no. No lo hicieron en años estando en el poder, menos en un país caótico.
Los que hoy agitan la idea de que “todo está mal”, “el pueblo se muere de hambre” y que “Milei debe irse” no lo hacen por amor al pueblo. Lo hacen porque no soportan no estar en el poder. El peronismo y el kirchnerismo construyeron una cultura de la impunidad: ellos siempre están, gobiernen o no. Se enriquecen, reparten cajas, negocian cargos. Al pueblo lo usan como escudo y carne de cañón.
Aprender la tragedia del 2001
La Argentina ya sufrió el 2001. Ya vimos lo que pasa cuando un Presidente elegido por el voto popular es empujado a irse antes de tiempo: muertes, saqueos, destrucción y desesperanza. ¿Vamos a repetir la misma historia veinticinco años después, solo para que el peronismo y el kirchnerismo vuelvan a saciar su sed de poder?
Es hora de decir basta. Basta de golpes blandos, basta de conspiraciones de despacho, basta de gobernadores e intendentes que juegan con el hambre de la gente para negociar privilegios. El mandato que recibió Javier Milei no se negocia, se respeta. Porque respetarlo no es salvar a un Presidente: es salvar la democracia misma.
Defender la continuidad de Milei es defender la voluntad popular, la República y el derecho de los argentinos a elegir su destino en paz, sin helicópteros ni asambleas legislativas que reparten poder entre la misma casta de siempre.
El 2027 llegará. Allí se podrá votar por Milei -nuevamente- o por cualquier otro, pero siempre intentando una salida hacia adelante y no volver al pasado que nos empobreció.
Hoy, lo que está en juego no es Milei: es la democracia argentina. Y no vamos a permitir que la tiren por la ventana otra vez.