Su elección fue una sorpresa y trajo varias primicias: primer pontífice americano, primer jesuita en la silla de Pedro y primero en llevar el nombre del Santo de Asís
Más de una década ha transcurrido desde aquel inolvidable 13 de marzo de 2013, cuando a las 19:06, hora de Roma, la fumata blanca de la chimenea de la Capilla Sixtina precedió a la sorpresa del anuncio del nombre del primer Papa no europeo en más de 13 siglos. Se trataba de un desconocido para el gran público: el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, no figuraba entre los más mencionados como posibles sucesores de Benedicto XVI.
Pero al interior del Colegio Cardenalicio que debía elegir al nuevo Papa, el Cardenal argentino se había ganado reconocimiento y respeto, en especial desde que, en 2007, en la reunión del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) en Aparecida, Brasil, a la que asistió Benedicto XVI, el entonces impensado futuro Papa escribió las grandes líneas del programa de renovación de la Iglesia. El documento final de la reunión exponía la necesidad de reforma de la Iglesia para llevarla hacia las periferias. Esos ejes fueron luego retomados en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, publicada en noviembre de 2013, documento que muchos consideran es el programa de su pontificado.
Al día siguiente de su elección, Francisco fue al hotel en el que se alojaba a pagar personalmente la cuenta y anunció que no viviría en el Palacio Apostólico, una medida que apuntaba sobre todo a evitar el aislamiento.

Desde el comienzo, Francisco dio señales de los cambios que deseaba hacer a través de señales fuertes. Una Santa Sede que no se pareciera tanto a una corte renacentista y más a una iglesia de puertas abiertas. Una Iglesia que fuese hospital de campaña -donde se curan las heridas antes que cualquier otra cosa- y no una aduana, que controla y filtra los ingresos.
Austeridad y cercanía a los fieles. Cárceles, hospitales, villas miseria, asilos de ancianos, campamentos de refugiados, son los sitios a los que a Francisco ha ido en cada una de sus salidas, tanto en Italia como en sus viajes al exterior. Es en otra escala lo mismo que hacía el Arzobispo de Buenos Aires, incansable caminador de todos los barrios de su arquidiócesis, organizador de la pastoral villera, predicador incansable contra la trata…
Estos gestos, sumados a sus homilías casi cotidianas en Santa Marta, y las audiencias públicas en Plaza de San Pedro, lo presentaron rápidamente al mundo como un pastor, un párroco de la última de las iglesias, ahora instalado en la sede apostólica y observado por el mundo entero, pero fiel a su estilo de siempre. Una forma de acercar la Santa Sede, con frecuencia vista como una torre de marfil, a todos y cada uno de los creyentes.
Sus esfuerzos por acortar la distancia -geográfica y simbólica- entre la superestructura vaticana y el pueblo de Dios fueron incesantes en estos doce años.
Para cumplir con su programa, Francisco ha reformado la Curia. en primer lugar a través de la creación de un órgano colegiado de cardenales para asesorarlo en el gobierno de la Iglesia y para preparar un proyecto de reforma de la estructura vaticana; trabajo arduo y delicado que vio la luz recién en marzo de 2022, cuando se promulgó una nueva constitución apostólica.
La aspiración era lograr una estructura más misional, que estuviera más al servicio de la evangelización y de cada parroquia para poder “elevar desde el terreno las mejores iniciativas tomadas por los católicos”.
Los viajes del Papa Francisco
Francisco hizo 47 viajes apostólicos fuera de Italia en estos 12 años, visitando 66 países, con una clara predilección por las periferias. “Hay que ir a la periferia si se quiere ver el mundo tal cual es”, suele decir. Su concepto de periferia es geográfico pero sobre todo existencial: por eso en cada viaje lava los pies de personas humildes o marginadas, visita los barrios carenciados, los hospitales, las cárceles…
En 2024, aun afectado por limitaciones físicas, hizo el viaje más largo de su pontificado: visitó Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur.
Visitó seis países que nunca habían recibido a un Papa: Birmania, Macedonia del norte, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Bahrein y Sudán del sur.
Dentro de Italia, su primer viaje fue a la isla de Lampedusa, puerta de entrada a Europa de tantos migrantes africanos, para denunciar que el Mediterráneo se había convertido en un gran cementerio y criticar “la globalización de la indiferencia”.
La Interreligiosidad
Otra prioridad de su pontificado fue el diálogo ecuménico e interreligioso. En su viaje a Tierra Santa, en mayo de 2014, estuvo acompañado por el patriarca Bartolomé I de Constantinopla y protagonizó un abrazo de tres religiones en el Muro de los Lamentos con sus amigos el rabino Abraham Skorka y el referente de la comunidad islámica Omar Abboud.
En su viaje a Sudán del Sur, lo acompañó el jefe de la Iglesia Anglicana.
También tuvo gestos muy claros hacia el Islam. Con Ahmed el-Tayeb, rector de la universidad Al-Azhar (en El Cairo, Egipto), firmaron juntos una declaración común sobre la fraternidad humana.
Seguramente ahora, como dijo cuando cumplió diez años de papado, su deseo será el mismo. Parafraseando: “Para mis doce años de pontificado, regálenme la paz”.