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Impactantes historias ante las tumbas en el cementerio de Darwin

Este miércoles se concretó el viaje número 31 de familiares de caídos al cementerio argentino en Darwin, el tercero gracias al apoyo y compromiso clave del empresario Eduardo Eurnekian. Fueron 150 padres, madres, hijos, hermanos que pudieron visitar –algunos por primera vez- el lugar donde descansan sus seres queridos.

El empresario Eduardo Eurnekian fue clave en la construcción del cementerio argentino en las islas y de su mantenimiento, y además se ocupa de organizar y financiar los vuelos charter con familiares de caídos. Es el tercer viaje que se realiza gracias a ese respaldo.

Fue un día particularmente inclemente, con fuertes vientos, lluvia que de pronto se transformaba en agua nieve y con un frío bajo cero que sorprendió a los lugareños, quienes aseguraron que en días pasados habían disfrutado de una temperatura de 25 grados.

La prioridad para ser de la partida en esta oportunidad la tuvieron madres y padres, muchos de ellos de avanzada edad que estuvieron acompañados por sus más allegados. Son 26 y superan los 85 años. Muchos nunca habían viajado y menos volado, y hubo que conseguirles en tiempo récord el pasaporte.

Emilia Fernández, de 94 años, debió ser trasladada en silla de ruedas y se notaba su fragilidad de anciana que no se movía de la tumba de su hijo y preocupaba a todos.

Para Coca Calbín, mamá de Horacio Balvidares, aquel soldado que murió en la noche del 13 de junio luego de rescatar a Pedro Adorno, su compañero herido en Tumbledown, confesó resignada que ésta era la última vez que iría a Malvinas. Tiene que hacer mucho esfuerzo para caminar, y se ayuda con un bastón y con su hijo Alejandro, que fue su sombra inseparable.

Separa el aeropuerto del cementerio unos cincuenta kilómetros, de un camino perfectamente transitable, y que en medio de la nada alguien clavó una bandera inglesa, justo por donde debían pasar los familiares. Este camino sale de la base militar de Mount Pleasant, que funciona como aeropuerto y que, tomando una bifurcación hacia el sur, se entra al cementerio de Darwin, “un lugar mágico”, como lo describen los veteranos que lo visitaron.

Los familiares dispusieron de dos horas a solas junto a las tumbas de sus seres queridos. Los recuerdos y las historias afloraban por necesidad de que fueran conocidas y otras como una forma de mantener viva la memoria del ser querido.

Victoria Pereyra es la hija del sargento Alejandro Pereyra, del Batallón Logístico 10 de Villa Martelli y que acompañaba a su mamá Silvia Azcuaga. Contó que ella tenía casi cuatro años cuando su papá murió, que había visitado el cementerio en 1991 y que ahora había ido como una forma de cerrar un círculo.

Silvina Prámparo evocó a su hermano Edgardo Roberto, soldado en el Crucero General Belgrano. Para la familia y amigos era “Palito”, porque era un flaco de 1,92, cordobés divino y entrador, que le escribió a su hermana durante la guerra un sinnúmero de cartas que guarda todas, y donde a él le divertía reclamarle a ella que le escribiese más. Su mamá María Luisa Ceballos tiene 90 años.

Graciela Medina de Luna estaba junto a la tumba de su hermano Ricardo José Luna, soldado del regimiento 6. Se lamentó a Infobae que Ricardo murió el último día de la guerra en Tumbledown, apoyando al BIM 5, que había hecho el servicio militar, le habían dado la baja y que lo volvieron a reincorporar. Graciela se hizo periodista, y a través de su trabajo se ocupa de mantener latentes las vidas de los que murieron durante la guerra.

También estaban las hermanas Micaela y Marcela Zárate, hijas de Sergio Rubén Zárate, cabo primero cocinero en el crucero y que el paso del tiempo solo hizo que lo quisieran aún más.

Eduardo Behrendt es el vicepresidente de la Comisión de Familiares de Caídos, y está en ejercicio de la presidencia. Con su hermano Edgardo, cabo segundo del Belgrano, se llevaban 18 meses, y sus peleas eran tan intensas como el amor que se tenían uno por el otro. Oriundos de Bahía Blanca, Edgardo era deportista y muy querido por sus amigos.

Behrendt sostuvo que “cada familia representa un sacrificio y amor a la Patria” y que la visita al cementerio había sido “una caricia al alma”.

Al finalizar, hubo un rezo de monseñor Pedro Cannavó, obispo auxiliar de la arquidiócesis de Buenos Aires y un toque de silencio de la guardia de honor militar.

Como las autoridades de las islas exigen estar tres horas antes de la partida, programada para las 15:15, un rato antes del mediodía, corridos por un estado del tiempo que se empecinaba a empeorar con el correr de los minutos, se produjo uno de los momentos más dramáticos: el de la despedida.

Antes de abandonar el predio, se tomaron una fotografía grupal, donde se permitió la exhibición de banderas argentinas, siempre que sea de la cintura para abajo, ya que levantarla sobre la cabeza es un gesto leído por el gobierno kelper como un acto político.

Antes de aterrizar, el piloto dijo: “Me tomo el atrevimiento de hablar en nombre de toda la tripulación y acompañarlos en esta carga emotiva que conlleva el vuelo y agradecerles poder ser partícipe con Andes y con la tripulación”. En Ezeiza, en la vieja terminal C, un numeroso grupo de familiares exhibió la imagen de la Virgen de Luján que no pudo estar presente en Darwin.

Con información de Adrián Pignatelli, Infobae

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