Cada sindicato mantiene su juego autónomo y hace su propia estrategia electoral
Hoy existe un gremialismo atomizado y dividido como nunca, sin una CGT que lo contenga, lo agrupe y le dé una identidad definida, y cada sindicato se mueve de manera autónoma e inconsulta.
Quizá no sea casual que este escenario traiga aparejadas más internas y tensiones entre los dirigentes, que, desunidos, tienen más problemas para resistir las medidas más duras del Gobierno. En este “sálvese quien pueda” que domina al poder sindical, los conflictos salariales y laborales son vistos de lejos por la CGT como institución, como quedó demostrado en los casos de Aerolíneas Argentinas y de La Fraternidad, entre otros. Algo similar está sucediendo con las obras sociales chicas, que quedaron al borde de la quiebra por el final de la triangulación de los aportes, mientras la cúpula cegetista no interviene, en una postura que revela su rechazo a esos “sellos de goma” que, gracias a acuerdos con las prepagas, se quedaron con miles de afiliados de sueldos altos.
Virtualmente paralizada, sin reuniones ni debate, la CGT refleja un momento de enorme desorientación de la dirigencia sindical: aún no pudo superar el trauma de que haber apostado de todas las formas posibles hace dos años al triunfo electoral de Sergio Massa, mientras que sus bases le dieron la espalda y votaron mayoritariamente a Javier Milei. Y aún hoy, aunque ya no tienen números tan favorables, las encuestas confirman que muchos trabajadores siguen prefiriendo al líder libertario antes que a muchos de esos jefes peronistas con tanto poder desde hace décadas y sin haber podido resolver la pérdida salarial, la caída del empleo y la multiplicación de la pobreza.
En la época de esplendor de la CGT, formar parte de su estructura aportaba un diferencial que le otorgaba ventajas para negociar y obtener lo que pretendía en las negociaciones sectoriales. Ahora, hay dirigentes que prefieren tomar distancia de la estrategia ultrapasiva de la central obrera y sacar provecho de su propio poder de fuego, más efectivo que subordinarse a la cúpula cegetista.
Convertida en una galería de individualidades, sin dinámica colectiva, la CGT pasó del récord de haber hecho dos paros generales en apenas 150 días de gobierno de Milei al actual congelamiento extremo de su actividad.
Pero la manifestación de este momento desconcertante del sindicalismo también se traslada al plano político-electoral. La mayoría de los dirigentes gremiales están encolumnados hoy detrás de la figura de Axel Kicillof como presidenciable para 2027, pero, a tono con el espíritu de fractura permanente, se empieza a conformar un sector que apuesta a una coalición peronista-radical. Y algunos, de todas formas, se mantienen expectantes y fieles a lo que decida Cristina Kirchner, que, por ahora, mueve lentamente sus fichas como titular del PJ sin revelar el juego final que desplegará para disputarles a los libertarios la continuidad al frente de la Casa Rosada.
Hay dialoguistas de la CGT que miran con recelo a Kicillof por su discurso “anticuado” y ultraestatista comenzaron a imaginar una alternativa audaz: una alianza de gobernadores del PJ (sin Kicillof) y mandatarios de la UCR como Maximiliano Pullaro (Santa Fe) para hacerle frente a Milei en las próximas elecciones presidenciales. Esta iniciativa sintoniza con los dichos del titular del radicalismo, Martín Lousteau, cuando a fines de febrero dijo que si la administración libertaria avanza con decisiones que hacen peligrar la democracia, estaría dispuesto a aliarse con el peronismo.
En este caleidoscopio en que se convirtió el sindicalismo, con más reflejos que imágenes nítidas de lo que pasa a su alrededor, cada uno hace su juego y, sin quererlo, o queriéndolo, le resta poder a todos.
Con información de Ricardo Carpena, INFOBAE