La angustiante crisis económica que vive Argentina necesita de mesura y sentido común por parte de los que pretenden conducir el país los próximos 4 años. Si todo estalla, como pretenden algunos irresponsables, los únicos perjudicados serán los de siempre: los ciudadanos y NO LOS POLÍTICOS
La realidad de Argentina abruma a todos: los precios no cesan de subir más y más rápido, los salarios alcanzan menos cada día y las soluciones (que no son mágicas) no aparecen en el horizonte. La solución es posible a un costo considerable.
Superar la actual crisis llevará mucho tiempo y obligará a elevar ña complejidad de la gestión pública a un nivel nunca antes visto para superar el problema en el menor tiempo posible. De nada sirven los planteos simplistas que reducen a lo meramente monetario el núcleo de la resolución del problema: no será con medicinas milagrosas que sanará el cuerpo social devastado por una alta y persistente inflación.
Ni una moneda digital (el último invento de Massa) ni la dolarización son la panacea universal. La moneda no gana ni pierde valor por su mero signo sino por ser la representación de un contrato social vigente. Su desvalorización no se frena haciéndola desaparecer de una u otra manera. No es su forma lo que más importa. EL PROBLEMA DE ARGENTINA NO ES ECONÓMICO, ES POLÍTICO.
Javier Milei hizo declaraciones en los últimos días que no están a la altura de un candidato presidencial. Milei ya no es panelista de televisión, es un candidato a presidente con altas chances de serlo. Sus declaraciones influyen mucho. Dijo: “Cuanto más alto esté el dólar, mejor para dolarizar”, o: “El peso no vale ni excremento, la gente debería sacar los depósitos (en pesos) de los bancos”. Sus declaraciones, simplistas, provocó que, a la mala praxis de Massa, se acelere el proceso de destrucción económica.
No hace falta reinventar la teoría económica, ni refundar la Nación para encontrar un camino que conduzca a un mejor porvenir. Simplemente, hay que recurrir al sentido común.
NO ES TIEMPO DE ROMPER SINO DE REPARAR.
