Daniel Guillén creció entre frutales y viñedos en Mendoza, pero fue el Norte argentino el que terminó marcando el rumbo definitivo de su vida y su carrera. Lo que comenzó como una experiencia laboral terminó convirtiéndose en un proyecto vitivinícola reconocido internacionalmente y en una historia personal ligada para siempre a Tucumán.
Ingeniero agrónomo y viticultor, Guillén llegó en 2017 a los Valles Calchaquíes para desempeñarse como asesor técnico, luego de formarse y trabajar en regiones emblemáticas como Napa Valley, Washington y Côtes du Rhône. Aquella llegada, pensada como una etapa más de su recorrido profesional, se transformó en una apuesta de largo plazo.
En 2018, durante un viaje de capacitación a Tucumán, conoció a Solana León. El vínculo creció rápidamente y fue determinante para que dejara atrás la vida itinerante y se estableciera de manera definitiva en el “Jardín de la República”, donde formó su familia.
El nacimiento de su proyecto más conocido, Piloto de Prueba, fue casi casual. Mientras trabajaba en una bodega de Cafayate, sobraron 500 kilos de uva sin destino comercial. Guillén decidió comprarlos para elaborar una barrica de Malbec destinada al consumo personal. Sin embargo, pocos días después, el Cabernet Sauvignon y el Tannat alcanzaron su punto óptimo de madurez, lo que lo llevó a realizar una cofermentación de las tres variedades.
Aquella “prueba piloto” —una sola barrica y unas 300 botellas— terminó dando origen a un vino que rápidamente llamó la atención. Con recursos mínimos y una etiqueta improvisada, el nombre quedó sellado casi como un juego interno, sin imaginar lo que vendría después.
El punto de inflexión llegó cuando el sommelier tucumano Facundo Ruiz probó el vino en un asado y lo compartió en redes sociales. La repercusión fue inmediata: al día siguiente, una vinoteca de Buenos Aires pidió 10 cajas y la producción se agotó en pocos días. Incluso las botellas magnum se vendieron por completo.
Con el tiempo, la escala creció sin perder su perfil artesanal. De las primeras 600 botellas pasó a 2.400, luego a 6.000 y hoy la producción ronda las 10.000 unidades anuales. A la etiqueta original se sumaron nuevas expresiones, como una selección de barrica, un Blanco Calchaquí y un clarete elaborado mediante cofermentación de uvas blancas y tintas.
En 2022, el proyecto recibió un reconocimiento clave: el Master of Wine británico Tim Atkin calificó el trivarietal con 93 puntos, destacando su frescura, precisión y mineralidad, además de su potencial de guarda.
En paralelo, Guillén desarrolló El Viticultor, una marca concebida desde el inicio con un perfil comercial, pero bajo la misma filosofía de mínima intervención. Actualmente, la línea incluye un Malbec sin paso por madera y otros vinos con crianza, como Cabernet Sauvignon y Syrah.
Para Guillén, el eje del proyecto está en el trabajo agronómico. Sostiene que el equilibrio del viñedo es determinante para lograr vinos honestos y expresivos. Por eso, su foco está puesto en la selección del terroir y en el momento exacto de cosecha, convencido de que una uva bien lograda requiere muy poca intervención en bodega.
Este año, el proyecto dio un paso clave al contar con su propia bodega, dejando atrás la elaboración tercerizada. Aunque no posee viñedos propios, Guillén compra uvas de fincas que él mismo asesora, lo que le permite un control total desde el viñedo hasta la botella.
Con una producción medida —que no superará las 20.000 botellas anuales entre ambas marcas—, Guillén demuestra que el crecimiento sostenido y la identidad clara pueden abrirse camino sin estridencias.
Además, el viticultor observa con interés el potencial de Tucumán para el desarrollo de nuevos terruños. Destaca zonas como Los Zazos, Ampimpa y sectores cercanos a Tapia, donde identifica suelos y microclimas con condiciones prometedoras para la vitivinicultura.
“Hay suelo y clima para hacer vinos extraordinarios. A veces solo falta animarse a explorar”, concluye./ LaGaceta
