En el peronismo tucumano, las peleas internas siempre parecen irreconciliables… hasta que el calendario electoral obliga a bajarse del pedestal, tragarse los enojos y sumar votos
Todo indicaría que, a pesar de las feroces declaraciones públicas, los gestos de ruptura y los pases de factura, el peronismo tucumano volvería a unirse de cara a las elecciones nacionales de octubre.
La razón es simple: el miedo. Pero no un miedo difuso, sino concreto, palpable y medible. El miedo a perder frente a La Libertad Avanza (LLA) y quedar a la intemperie política, económica y electoral.
Quien más tiene para perder es el gobernador Osvaldo Jaldo. Una derrota en octubre lo debilitaría frente a sus propios aliados, hacia adentro del PJ tucumano, y también frente al Gobierno Nacional, donde aún conserva una relación privilegiada con la Casa Rosada. Sin ese poder de negociación, sus dos años restantes de mandato serían una travesía desértica, con un bloque fragmentado, con una debilidad nacional y con la amenaza constante de su propia tropa. Y peor aún: vería diluirse su sueño de reelección en 2027.
Para el binomio anti-Milei que componen Pablo Yedlin y Javier Noguera – con Juan Manzur en las sombras-, perder en octubre también tendría consecuencias terminales: quedarían fuera del mapa político de cara al próximo ciclo. Con el kirchnerismo nacional en retirada, sin el “plan platita” ni Cristina Fernández como faro (y ahora presa), la construcción opositora dentro del propio peronismo se quedó sin liderazgo, sin fondos y sin discurso -o sí, el de la proscripción-.
Un episodio reciente demuestra las limitaciones de la rebeldía sin respaldo. El Municipio de Tafí Viejo, comandado por Noguera a través de la intendente Alejandra Rodríguez, rompió con Jaldo al salirse del pacto fiscal provincial. Resultado: ahogo financiero, sueldos atrasados y un inevitable pedido de auxilio al mismo gobernador al que desafiaron. La épica autonomista se chocó con la realidad presupuestaria.
Tampoco juegan a favor del peronismo las nuevas reglas electorales. La eliminación de los acoples -en esta próxima elección nacional-, que tantas veces sirvieron para arrastrar votos a cualquier candidato con sello PJ, obliga ahora a construir poder sin estructuras paralelas. La boleta única nacional convierte la elección en un mano a mano puro.
Además, la marca “La Libertad Avanza” tiene un peso propio. Aunque Javier Milei no sea candidato, su figura tracciona votos en Tucumán, especialmente entre los sectores hartos del oficialismo eterno. El rechazo al peronismo como régimen, más que como partido, se expresa en ese voto.
Jaldo, sin embargo, no está desarmado. Tiene fortalezas: mantiene una imagen aceptable como gestor, paga sueldos en tiempo y forma, muestra cierta estabilidad económica frente al caos nacional y, sobre todo, es uno de los pocos gobernadores que logró una relación institucional madura con Nación. En un país quebrado, eso vale oro. También lo favorece una oposición local desmembrada y egocéntrica, que no logra articular una alternativa real ni siquiera frente a una ciudadanía desencantada.
Pero sus puntos débiles también pesan: el escándalo narco-político en Alberdi, el hartazgo social con un PJ que gobierna la provincia desde hace casi cuatro décadas, y los roces internos con figuras clave como Yedlin, Manzur y Noguera. Ser un peronista moderado en medio de un peronismo en guerra puede ser tan valiente como suicida.
En conclusión: Si Jaldo quiere seguir gobernando con cierta paz política, necesita mostrar un triunfo contundente en octubre. Y eso sólo será posible con una unidad forzada del peronismo tucumano, donde se disimulen los resentimientos en nombre de la supervivencia colectiva. No será una unidad por convicción, sino por necesidad. Pero a veces, en política, eso basta.
Lo que se juega en octubre no es solo una elección legislativa. Es el equilibrio de poder en Tucumán, el futuro de sus líderes, y el cierre, o no, de un ciclo hegemónico.
SIN CODIGO