La provincia quedada en el tiempo sin ningún avance. Años de kirchnerismo, que le transfirieron miles de millones pesos para obras, sin embargo, se esfumaron. Las provincias vecinas avanzaron, Tucumán se quedó en una aldea. Ahora, lo que falta es culpa de Milei. Ya nadie les cree a los funcionarios actuales
Hay provincias que avanzan, que se reinventan, que luchan contra su destino. Y hay otras que, como Tucumán, decidieron abrazarse al atraso, al clientelismo y a la corrupción como forma de vida. Tucumán, tierra de la Independencia, se convirtió en tierra de la dependencia absoluta. Un feudo moderno donde las formas republicanas están dibujadas y el poder real se reparte entre clanes familiares, políticos eternizados, empresarios prebendarios y una Justicia que perdió la venda y descalibró su balanza.
Atrasada en décadas, Tucumán parece vivir en un bucle de miseria, populismo y negligencia. Es, junto a Formosa, la única provincia argentina donde el progreso es una palabra prohibida. Las obras de infraestructura brillan por su ausencia. No hay rutas modernas, no hay cloacas, no hay puentes ni caminos transitables. Pero eso sí: hay actos. Actos grandilocuentes para inaugurar una lámpara LED o un cordón cuneta como si estuvieran presentando una central nuclear. Todo se celebra con bombos, aplausos alquilados y discursos del siglo XIX.
Los hospitales están más viejos que la Constitución Nacional. En el interior de la provincia, los centros de salud parecen la Franja de Gaza: sin RRHH, sin insumos, sin accesibilidad, pero con buen marketing para la popular. Las escuelas no tienen agua ni ventiladores, mucho menos calefacción. Los barrios se inundan con dos gotas de lluvia, y el hedor de la descomposición urbana se mezcla con el olor de una política podrida desde hace décadas.
¿Y la Justicia? Bien, gracias. Si un joven roba un celular, termina en una celda de Benjamín Paz. Si un político desvía millones de pesos, sigue ocupando su banca, manejando su municipio o renovando mandato como si nada. La impunidad no es la excepción: es el sistema.
Los políticos locales empezaron su carrera cuando la democracia empezaba a dar sus primeros pasos -hace 40 años-. Hoy tienen nietos y todavía siguen ahí, disfrazados de funcionarios. Viven del Estado, se enriquecen con el Estado y culpan al Estado Nacional cuando no les mandan dinero. Milei es ahora el culpable de todos los males: no giró fondos, no hay obras, no se puede hacer nada. Lo que no dicen es que durante décadas recibieron miles de millones y no hicieron absolutamente nada por el pueblo. Porque ellos no gobiernan para el pueblo: pareciera que gobiernan para sus bolsillos.
Mientras Santiago del Estero, Catamarca y Salta muestran avances en infraestructura, conectividad y planificación urbana, Tucumán quedó congelado. Era el faro del NOA y hoy es una vela apagada, cubierta de hollín, en una habitación sin ventanas.
No hay autopistas. No hay Estadio deportivo moderno. No hay un teatro que pueda recibir dignamente a una obra nacional de primer nivel. No hay un polo científico, ni un parque tecnológico, ni una Universidad Pública pujante en expansión. Pero sí hay políticos millonarios, que posan para las fotos con humildes que apenas tienen agua potable.
Tucumán es sucio, oscuro, inseguro. Tiene más administrativos que médicos. Más funcionarios que obreros. Más punteros que docentes. Es un territorio tomado por castas políticas que heredaron los cargos como si fueran tierras feudales. En los pueblos del interior, un apellido puede ser intendente, legislador o delegado comunal por generaciones. La política es herencia, no mérito. Es fe, no gestión.
Tucumán dejó de ser provincia. Es una aldea feudal. Donde se castiga al que piensa y se premia al que obedece. Donde se hace política con pobreza y parecería que se gestiona desde la impunidad. Donde la república es un recuerdo y el futuro una fantasía.
La pregunta ya no es cómo salir. La pregunta es cuándo la sociedad tucumana va a decir “basta” desde donde la democracia lo permite: las urnas.
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