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El socialista -ex presidente de Bolivia- está revolucionando su país con el objetivo de derrocar al presidente actual

Arrinconado por un violento y prolongado conflicto social, falta de apoyo político, sindical y militar tras cometer un escandaloso fraude electoral para mantenerse en el poder, Evo Morales renunció a la presidencia (2019) y abandonó el país con destino a México. Horas antes había intentado una última maniobra desesperada: repetir los comicios. Pero ya no tenía margen ni respaldo interno para hacerlo.

Cinco años después de esa renuncia, Evo quiere repetir la historia, pero para expulsar a su ex delfín Luis Arce de la presidencia boliviana y mantener el control definitivo sobre el territorio.

Enfrentados en un principio por definir quién sería el candidato presidencial en las próximas elecciones de agosto de 2025 -y determinar quién controlaría la estructura del Movimiento al Socialismo (MAS)-, Bolivia se desangra por un combate partidario interno que mantiene de rehén a toda la población y una debilitada economía que cruje a diario. También hay quienes creen que detrás de esta lucha hay una pelea de fondo vinculada al dominio del narcotráfico y de las cada vez más amplias zonas de cultivo de coca en el Chapare

Hace por lo menos tres años, ambas facciones comenzaron a acusarse recíprocamente de ser parte de una estructura narco. Lo hacían ellos mismos o por medio de voceros que denunciaban, por ejemplo, una explosión de pistas aeronáuticas clandestinas con el beneplácito gubernamental o, del otro lado, el dominio del comercio de cocaína con el control del jefe indígena.

Pero no es lo único que pesa sobre el ex presidente, aunque no hay aún una causa abierta. Luego de su marcha de 187 kilómetros de septiembre a La Paz para cercar al gobierno y pedir el adelantamiento de las elecciones, Morales comenzó a recibir notificaciones de la justicia. Cuatro en total. La más notoria es por la cual podrían detenerlo y la que motivó las actuales barricadas: estupro y trata de personas. Las otras tres son por instigación pública a delinquir, daños a la infraestructura caminera y el uso de un vehículo propiedad de un narco.

Los bloqueos de carreteras comenzaron el pasado 14 de octubre. Sumaron 20 en total. La mayoría de ellos se establecieron -por orden de Evo Morales– en Cochabamba, centro del país y desde donde se conectan las otras grandes ciudades: La Paz Santa Cruz. La elección de este punto fue estratégica y buscó hacer el daño que está provocando a una economía raquítica.

Evo pidió la dimisión de todos los funcionarios del gobierno. “Hacemos un llamado a funcionarios jerárquicos, directores, viceministros, ministros y embajadores, a que no sean cómplices del peor gobierno de la historia. Su renuncia será una señal clara en favor del pueblo”, escribió en su cuenta de X. Después, comparó a Arce con Jeanine Áñez, la ex presidenta interina, presa y bajo juicio por la causa “Golpe Estado I”.

Morales se muestra fuerte en las calles, se cree capaz de desestabilizar al gobierno y de provocar escasez de suministros en todo Bolivia. Lleva el conflicto a un límite de no retorno. Pero eso no es todo: amenazó con un levantamiento popular indígena y un “amotinamiento” militar si es detenido por estuprotrata o alguno de los delitos por los cuales se lo acusa. Un golpe de Estado, liso y llano. ¿Arce conoce a los militares que comulgan el mismo complot que el líder cocalero?.

El presidente boliviano salió al cruce de las amenazas y de los copamientos de estructuras militares: “La toma de una instalación militar por grupos irregulares en cualquier lugar del mundo es un delito de traición a la Patria, una afrenta a la Constitución Política del Estado, a las Fuerzas Armadas y al propio pueblo boliviano, que rechaza de manera contundente los bloqueos criminales de Evo Morales, así como estas acciones delincuenciales”. Al parecer, Evo sumará otra causa judicial, la de “traición a la Patria”.

Mientras tanto, América Latina parece mirar para otro lado. Evo se imagina aislado y pide “la participación de organismos internacionales y países amigos como facilitadores del diálogo”. Ni las máximas democracias regionales ni los aliados de La Paz -las dictaduras venezolana, cubana y nicaragüense- pidieron hasta el momento cesar las hostilidades entre los dos popes del MAS. Los socios trabajan por lo bajo para conseguir un equilibrio muy difícil de alcanzar. Deberán elegir a uno de ellos. Pero otras naciones con fuerza y ascendencia en la región y en el país, como Brasil, se desentienden.

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